domingo, 22 de junio de 2008

Locura Filosófica I



Lógica y lenguaje y un hombre.


Cuando cree haber fijado los límites del lenguaje, aquello que puede decirse con propiedad, lógicamente, Wittgenstein se da cuenta de que, fuera de esta frontera lingüística, están el bien, la felicidad, Dios, el arte..., la mística.


Entonces su vida comenzará a invadir el escritorio del gran Lógico.




“Arremeter contra los límites del lenguaje. Este impulso contra las paredes de nuestra jaula es perfecto y absolutamente desesperanzado. La ética, en la medida que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, no puede ser una ciencia. Lo que dice la ética no añade nada, en ningún sentido, a nuestro conocimiento. Pero es testigo de una tendencia del espíritu humano que yo personalmente no puedo sino respetar profundamente y que por nada del mundo ridiculizaría.”


Un prisionero que desea escapar; que extraña la precariedad de las trincheras, el riesgo de perder la vida en cualquier momento, el compañerismo de la vida en el ejército.


Un prisionero que desdeña la vida civil, sus mentiras, su opulencia, su gusto por aparentar...


“Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, en el ámbito místico.”


Cree vislumbrar, más allá de los objetos, la materia o los intereses económicos un impulso metafísico entre los humanos.


Descubre que la felicidad no viene determinada por el mundo exterior, sino que es algo íntimo del sujeto, personal, privado: los objetos, las casa, los coches... “separan al hombre de sus orígenes, de los sublime y eterno”.




“no hay premisas lógicas para la felicidad” ” ¿Sólo es feliz quien no quiere nada?” se pregunta. Respuesta afirmativa.


Su vida va tomando el último giro: alterna silencios con aforismos de difícil comprensión, protegido por una mirada fría y penetrante que lo distingue.


Se aísla solitario, seductor, maniático, extremadamente huraño. Enseña sin notas…Se pierde en su interior.


Sólo encontraba una cosa imprescindible para vivir y pensar: la soledad.






Una noche de Abril, pobre, enfermo, esperando la posible visita de los “amigos”, murió, no sin murmurar, irónicamente: “Dígales que mi vida ha sido maravillosa.”

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