lunes, 8 de marzo de 2010

A mi amigo Javier!



Molinitos para vos, Amigo,


Feliz Cumpleaños Caballero del Rocío!

Te quiero!





sábado, 6 de marzo de 2010

Golondrinas en el tren





“Eran bandadas y surcaban el país sin norte ni apuro pero con una sola lealtad, las vías. Allí donde había trenes, había crotos. Trepaban a los vagones de carga y partían detrás de cosechas y changas golondrinas hasta los empalmes en los confines del país. Viajaban con el bagayo a la espalda y tres o cuatro porquerías: la muda, una bolsa maicera para dormir al descampado, la latita para cocinar y el fierrito bandolión para escarbar el fuego y defenderse. Se contaban historias fabulosas del crotaje: que entre ellos había filósofos, personajes de la alta sociedad, desahuciados del amor y hasta políticos brillantes que habían enloquecido y encontrado la honestidad. Pero eran leyendas”
Virgen, Gabriel Báñez.



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-¿No te vas a acercar, eh?

Las recomendaciones de chocolatada que, tarde a tarde, recibía al salir de mi casa.
Debía quedarme lejos de las vías, lejos de los cargueros, lejos del linyera.

Pero no podía obedecer. Todo estaba allí y era tan inevitable como cortar flores para la maestra.

Telón de fondo en la vida de un niño.
Los trenes de carga.
Por la madrugada uno con vacas enjauladas y olor a muerte futura.
Por la tarde, carbón.
Y los sábados piedras con mica o perfectos cantos rodados.
La vida al borde del tren. Ser un durmiente más soportando, como si lluvia fuera, las vibraciones de su paso.

¡Cómo no acercarse a lo que forma parte del sueño!

-¡Dale, vamos a subir! Vagones gris plomo. Candados.
Animarse a trepar por esa escalera…
¿Y si el tren arranca?
¿Y si se despierta el linyera?
¿Y si viene el guarda?
¿Y si pudiésemos vender las piedras y hacernos ricos?

¡Cómo no acercarse a lo que forma parte del sueño!

Ese croto. El mismísimo viejo de la bolsa que golpeaba por las noches cuando yo no me dormía. Un borracho.
Lo veíamos venir atravesando las vías. Cruzábamos los dedos para que no pasara el tren en ese preciso instante. De lejos era una silueta completa de hombre alto, flaco, con pelo gris. Dos o tres sacos. No más. Al acercarse, su imagen se iba fraccionando. Ya no tenía cabeza ni hombros; frente a mis ojos las manos… color tabaco, los dedos gruesos como raíces de ombú, ríos secos, los nudillos. Uñas de cadáver lento. Una vieja bolsa de jean encontrada seguramente en algún basural. La botella de vino sin tapita.
Mudos en el cordón de la calle contemplábamos como, tras comprar una botella nueva se apoyaba en la pared y tomaba del pico. Uno, dos, cuatro tragos. Cerrar la botella y emprender el regreso a la cueva. Ahora era su espalda la que buscaba equilibrio. Cruzar los dedos, nuevamente.

Caricatura del pasado, él, con su propio mito de matemático y violinista atormentado que un día cualquiera decidió partir. Pero los trenes se fueron muriendo y las vías, hoy, terminan en un Shopping. Final del viaje. Resta el último trago y cubrirse con papeles de diario.

Desobediencia infantil, la mía, enseñándome a reconocer los huecos que el alma rota deja entre las cañas, entre los trapos olvidados. Siempre entre las botellas vacías.
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Trabajadores golondrinas de principio de siglo. Una ley que amparaba su viaje a bordo de los ferrocarriles. José C. Crotto. El gobernador. Miles de crottos. Miles de trabajadores en potencia. Sin trenes hacia el futuro, en el 2010, son el coqueto nombre de los NBI (necesidades básicas insatisfechas)