miércoles, 21 de septiembre de 2016

Refugiarse en el centro de una flor



Es septiembre y paró de llover.
Sobre la vereda, una veintena de lombrices muertas. Huían de una muerte segura ante la inundación de sus cuevas. Se arrastraron hasta que el sol las secó.
Esa cosa del destino inexorable.

 “y la tristeza se hace tan grande
que la oigo en mi reloj”

Sin darme cuenta me estaba contando breves escenas de mi vida. ¿Recurrir al pasado con el propósito de mantenerme viva? ¿Qué nuevas experiencias… qué voces?
Me veo  a través de la ventana…  cuánto silencio en esa mujer, me digo.
 El ojo humano ve solo  cáscaras. 

Como mudarte y seguir buscando la tecla de luz en la pared incorrecta. Así la fe, el amor, la rabia: un hábito.


Primavera en este rincón del mundo.