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“Habían llegado al circo hacía poco más de cuatro años, bastante antes de que las funciones desfallecieran y de que su antiguo dueño decretara el fin de la vida errática. No clausuró ni levantó el espectáculo: escogió un descampado del pueblo y dijo “ahí nos quedamos”. Desde ese entonces el circo empezó a languidecer en la inmovilidad más absoluta. Cuando se agotó el asombro y en el pueblo no quedaron más espectadores, comenzó el éxodo. Primero fue el alambrista y luego le siguieron los contratados y por fin la compañía entera. Fue una agonía demorada que sólo culminó con el desmantelamiento casi total de las instalaciones. Quedaron únicamente Mc Cormick, la muchacha, y ese dueño convaleciente que se negaba a abandonar la nave. Antes de morir, como un gesto de lucidez y magia, dijo: “toque para mí”. Mc Cormick entonces tocó y el hombre se fue con música de este mundo. Murió con una sonrisa idílica en medio de los restos de su circo y de esos dos sobrevivientes que lo miraban sin comprender, entre consternados y vacilantes por el destino blanco que de ahí en más empezaba.”
Fragmento de EL CIRCO NUNCA MUERE, GABRIEL BAÑEZ
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