Una nave fue arrasada durante una tormenta en el mar y solamente dos de los hombres que en ella viajaban, pudieron nadar hasta una pequeña isla desierta. Los dos sobrevivientes, no sabiendo qué más hacer, acordaron que no tenían ningún otro recurso más que rogar a Dios. Para que el ruego tuviera mayor alcance dividieron el territorio entre ellos y permanecer en los lados opuestos de la isla.
La primera cosa que rogaron fue alimento. A la mañana siguiente, el primer hombre vio un inmenso árbol del cual podía tomar muchas frutas. El otro sobreviviente no obtuvo nada: su pedazo de tierra seguía siendo estéril.
Después de una semana, el primer hombre se sentía solo y decidió rogar para una esposa. Al día siguiente, otra nave fue destruida por la tormenta y el único sobreviviente fue una mujer que nadó hasta su lado. En el otro lado de la isla, no había nada.
Pronto el primer hombre rogó para tener una casa, ropas y más alimento. Mágicamente, todos éstos deseos le fueron concedidos; Sin embargo, el segundo hombre seguía teniendo nada.
Finalmente, el primer hombre rogó para una nave, de modo que él y su esposa pudieran salir de la isla. Por la mañana, él encontró una nave amarrada en su parte de la isla. El primer hombre subió a la nave con su esposa y decidió dejar al segundo hombre en la isla. Consideraba que el otro hombre era indigno de recibir las bendiciones, puesto que ninguno de sus rezos había sido escuchado.
Cuando la nave estaba a punto de irse, el primer hombre oyó una voz que parecía provenir del cielo:
-Por qué estás dejando a tu compañero en la isla?
-Las bendiciones son mías solamente, puesto que era yo quién rogaba por ellas- contestó.
-Te confundes!-Retumbó la voz-. Él tenía sólo un rezo, al que contesté. Si no fuera por esa súplica no habrías recibido ninguna de mis bendiciones.
-Dime que pidió entonces. Dijo el hombre.
-Él suplicó que todos tus rezos sean escuchados.
Como todos sabemos: nuestras bendiciones no son el fruto de nuestros rezos solamente, sino los de otros que ruegan para nosotros.
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