viernes, 11 de abril de 2014

"Flying cloud" de madrugada




Era la primera vez que el médico abandonaba su  máscara de jocker. Apenas fruncido el entrecejo, los labios levemente estirados. La mujer se veía reflejada en los anteojos. La esperó junto a la ventana del  hall central. Sillas de ruedas, bastones, guardapolvos blancos, chaquetas celestes y esa máquina pronunciando apellidos.

Último día de Agosto. Un agosto  de lluvia caprichosa que no se conformaba con humedecer las paredes;  buscaba enmohecer las pocas esperanzas que habían logrado sobrevivir. Su compañero  estaba confinado a los dos pasos hasta el sillón, hasta el interruptor de la lámpara, una vuelta de cuerda al reloj, girar la válvula del tubo de oxígeno. A mirar el mundo por una pequeña ventana, a contar gotas de remedio o los listones del techo. El  pequeño cuadro de “flying cloud”  todas las madrugadas.

Ella llegó al hospital buscando  respuestas al deterioro constante.  No esperaba que le recetara un milagro. Tampoco espera que le dijera que  ya no se podía  hacer nada.

- consiga una enfermera domiciliaria, usted sola no va a poder…
- Gracias…

  
Supo que nunca más estrecharía la  mano helada del doctor, ni la máquina volvería a nombrarlos.


Salió.

La lluvia dejó de pesarle sobre los hombros. Era el granizo de palabras el que  caía por toneladas.

No recordó haber conducido  las treinta cuadras de distancia hasta llegar a  su casa.
Regresar como si el auto fuese automático. Primera, segunda, tercera, frenar, giro a la derecha. Rojo. Verde. Querer llegar y no.  Buscar las palabras apropiadas. ¿Había palabras apropiadas?

¿Qué disfraz ponerle a una honestidad tan salvaje?

A favor del médico: no era impensable lo que había dicho. No era una sorpresa. Ellos venían  sosteniendo esta muerte conversada desde el primer signo, desde el día en el que miles y miles de descontrolados glóbulos blancos invadiendo todos los  espacios.

Hablar la muerte, sacarle, poco a poco, esos trapos que la envuelven en misterio. Intentar transformarla en un breve cambio físico. Él había pasado por todas las etapas: se había resistido, la había puteado, negado, la había visto dibujada en la borra del café.  Ahora convivía con la idea de no estar aunque, a veces, volviera a enojarse (“Mejor que se enoje, cuánto peor si  tuviese miedo”, pensaba ella)
.
Hasta esa mañana habían hecho equilibrio sosteniendo un pacto con la verdad.

Sin embargo, la mujer tuvo que quebrarlo.

Cuando llegó del hospital, él estaba mirando, como siempre,  por la pequeña ventana.

- Por suerte ya llega septiembre… Quizá cuando salga el sol pueda salir al patio…


Fueron solo segundos de una duda feroz. ¿Cómo dibujar una esperanza, ahora, que finalmente, nada podía hacerse?

- Sí, cuando salga el sol, vamos al patio…No falta tanto...

- Qué te dijo el doctor?


- [ Nada que merezcas escuchar]  Dijo, precisamente eso… que cuando comience septiembre…   

2 comentarios:

Flavio dijo...

Nunca un relato puso en mí, sensaciones tan disímiles! Nunca nada me hizo sentir la falta de aire, la humedad pestilente, con sabor “amargomedicamentoso”(no sé describirlo de otra forma) y a la vez, la paz, la contención y el engaño cómplice y mutuo de un desenlace inexorable.
Qué fuerza!!
Mis felicitaciones Jota Ve!

jotaVe dijo...

Gracias, Flavio!

Por el comentario, la comprensión y el esfuerzo de firmar en estos rincones.

Esa mezcla de sensaciones... la vida.

Un beso!