A Nelly Natale, por su bondad.
“Nos parece como si debiéramos reparar
con nuestros dedos una tela de araña”
LUDWIG WITTGENSTEIN
Yo sé lo que quiere: quiere que le expliques cómo se sale de esto. Lo escuché la otra noche mientras se lamentaba por haber perdido hasta la posibilidad del saludo( sólo bajo la cabeza y sigo) Alguien le dijo que pasada la primera impresión, todo se transformaba en rutina. Pero, ya ves, no entendió y ahora está atrapado en cada imagen.
¡Foto!
El grito recorre el pasillo de boca en boca hasta que Esteban lo escucha. Es la primera indicación de todos los libros: nadie toca nada hasta que el fotógrafo no hace las panorámicas. Los guantes de látex no lo dejan hacer foco con esa K1000. Hay mucha gente pero ningún familiar. Retrocede y choca contra un armario. Flash sobre la puerta abierta de un dormitorio. De frente, sobre la cama, el cuerpo vestido de un hombre joven. Zapatos náuticos, vaquero, camisa blanca, una pistola en la mano. Un tiro en la cabeza. Se inclina para hacer el acercamiento de rostro ¿Cuántos años tiene? ¿Diecisiete? ¿Veinte?
“Sacame acá” le pide el médico, apartando el pelo de la sien derecha. Él es profesional; a Esteban le cuesta quitar la vista de la carta que está sobre la mesa de luz. Ahí comete su primer error. El médico insiste: A ver, sacame desde acá, entrada, hay ahumamiento... salida. ¿Sacaste? ¿ Habrán salido bien, no?
Otro de sus compañeros, balístico, siguiendo trayectos de pura física, encuentra un plomo sobre el moño celeste de un osito de peluche.¿Algún testigo? No. Es un edificio y nadie escuchó ni gritos ni peleas previas al estruendo. Sacale a la pistola, le indican y miden la distancia entre la sien derecha y el plomo. Envuelven las manos con nylon para el dermotest ¿Para quién es la carta? ¿La leerá algún día? Segundo error que trata de reparar diciéndose “No me importa, no me debe importar”. Sabe que su trabajo es fotografiar, siempre, la última escena y no perderse en conjeturas.
La voz del chofer avisa que hay un accidente en el Centenario. Lo que sigue es tratar de salir del lugar abriendo camino entre los vecinos rezagados que preguntan si pasó algo; abriendo camino con la camilla de la morguera y un cuerpo envuelto en una frazada
Once fotos de un rollo de treinta y seis. Documentos que intentará olvidar.
*****
No te ofendas, pero quiere que le expliques por qué ,a pocos metros de esa escena, hay una fiesta y todos los presentes ( vos los conocés) tienen ese modo tan particular de divertirse: hacer bollitos de pan y jamón y arrojarlos de una mesa a la otra o derramar champaña sobre el más borracho del festejo, que no logra reaccionar. Mientras la música suena “menea- menea”, el fiscal, entre vasitos de Felipe Ruttini, confiesa que “todo estaba arreglado”.
¿Sabés qué cree? Que hay una especie de ruleta: para algunos el premio es el carnaval carioca y para otros, por ejemplo, un accidente( Anda pensando si se trata de destino o algo así)
Esteban no quiere hablar y busca algo en el bolso; pero las anécdotas se imponen entre los que entendieron que este trabajo es rutina. Por ejemplo, el chofer dice “ qué me cuentan de la vieja que se tiró a las vías”. Y el acompañante se hace cargo de la respuesta resaltando pormenores “ y puso en un cuaderno no escribo más porque viene el tren”.
Como burla o advertencia, una bicicleta destrozada junto a una pared que dice “Despacio se llega” MERCURI. Y junto a la bicicleta, los restos de una persona sin identidad conocida. Es un N.N. masculino. Hay huellas de frenada, partes de ópticas y trozos de un paragolpe; pero no hay auto. Se aleja para sacar las panorámicas y el rojo-amarillo-verde- del semáforo en perfecto funcionamiento. Acá tampoco hay testigos, sólo comentarios de otros conductores que parecen estar de acuerdo en algo “seguro en un mamado”.Pero para Esteban lo único seguro es que alguien( regresaría de alguna fiesta), en este momento, trata de acomodar la trompa de su auto y, si siente culpa, puede que la supere cuando lea en los diarios que no hubo testigos. Sigue cometiendo errores.
Ocho fotos más y restan diecisiete.
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En el patio de la comisaría hay más de veinte hombres. Como en un cuadro de ese tal Molina Campos, visten bombachas alforzadas, boinas, ristras y alpargatas. Están todos contra la pared, casi en posición de firmes. Hablan por lo bajo. Ellos no son el centro de la foto; el centro está en esos cajones apilados, junto a dos patrulleros carcomidos por los trámites. A la izquierda, judicialmente acomodados, se encuentran los billetes, muchos billetes, las alfombras, las balanzas, los fixtures. De vez en cuando, el canto de un gallo, atraviesa el murmullo.
Son doce, le dice el comisario. Sacales de cuerpo entero y que el doctor los pese y los revise.
Abren el primer cajón y sacan un gallo. Impresiona. Es flaco, casi sin plumas, y se le ven hilos de sangre sobre el cuello. Tiene púas de acero. Lo paran sobre el cajón y el flash lo enceguece. “El dueño puede darle agua o algún medicamento” dice el veterinario. ¿Nadie se acerca? Nadie, porque acercarse es admitir el delito.( Y ¿no acercarse?)
De los doce gallos, cuatro están muertos. Es lógico, estos ya habían peleado cuando llegó la policía al campito donde se había armado el reñidero y, heridos, los metieron en los cajones. Esteban siente algo parecido a la lástima. No entiende que esto es imposible ya que un buen fotógrafo jamás permite que se empañe el objetivo.
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Los treinta y seis fotogramas están revelados, casi con la luz exacta. Ves las copias: ¿Son fotos coloridas, no? No equivocó ninguna toma. Sin embargo, para él tienen un defecto: dice que al igual que las películas, no huelen y la verdad es que el horror y el abandono tienen un olor insoportable.
Confía en vos, hacele entender la diferencia entre rencor y sentimiento de justicia, si la sabes. Explicale que no se puede salir de ahí; que siempre va a estar en todas esas fotos; que es el único que se mueve entre tantos objetos y seres inmóviles, aunque el movimiento sea automático y esté determinado por ellos. Explicale que, fuera de estos encuadres, todo sigue con normalidad.
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