lunes, 11 de agosto de 2008

La Ilustre enferma

                                                 

                                     “Son las palabras las que toman

                                     una actitud, no los cuerpos (...) Son  las         

                                      palabras las que sangran, no las heridas”                                                                                                     

                                                                       Pierre Klossowski                                                                   

                                                                       

    Entre actores, parientes de actores, compañeros del instituto y vecinos, juntamos más de  veinticinco  personas. Tratamos de acomodarlos en el garaje de la casa de mi abuela. Algunos (doce) lograron sentarse en las banquetas. Otros, se apoyaron en las paredes mirando hacia el televisor de 29. Ofrecimos un vasito de sidra para celebrar  y el  pequeño book (en inglés) que había diseñado mi hermana como presentación del cortometraje. Los  restos de la   escenografía  sirvieron  para  dar color al ambiente. Incluido el maniquí con el tapado que alquilé en la casa Hirsch. (Conejos símil visones o armiños o  Maradonas descendiendo de un avión)
  “Que hable, que hable...” La voz de mamá, quién otra. Agradecí la presencia de todos, especialmente la del profesor de guión  y, sin meterme a contar el argumento, dije que, en  mi opinión “para hacernos entender basta con  que expongamos  un hecho sin demasiadas interferencias.” Apagué las luces y  apreté play.
    Aparición gradual de  imagen: puerta del dormitorio de Eva Duarte de Perón. Año 1952.
  Uno de los dormitorios del Palacio Unzué, la residencia presidencial. Tiene pocos muebles: mesa de luz, tocador, una  balanza.  Sobre el tocador hay un cepillo con mango de plata y nácar. Un frasco de perfume Mary Stuard. Una tijera. Un Cristo sobre la pared.
  Evita se encuentra acostada. Su cuerpo está cubierto por un edredón bordó. Tiene los brazos fuera del acolchado intentando ocultar su enfermedad.   El cuello levemente inclinado hacia la derecha.
   El  tapado de armiño cuelga del maniquí.
    Desde el ángulo izquierdo se acerca  la enfermera, toda vestida de blanco. Tiene el rostro maquillado exageradamente, en contraste con la extrema palidez de la enferma.
    La enfermera controla que todas las ventanas estén cerradas. Un haz de luz se  filtra e ilumina  el tapado.
   Evita trata de mantener los ojos abiertos pero  se le cierran.

  Inmóviles y silenciosos, preparados para descubrir mis intenciones. Pensar que no lograba salir de esa primera imagen: Evita, enferma, mirando un tapado de armiño. Y las  vueltas que di alrededor de  la escena con los ojos de  Evita, con los del tapado; hasta con ojos de alfombra. Quizá no haya logrado transmitir todo lo que deseaba, pero no es un trabajo improvisado; está basado en un hecho biográfico, en un momento de la historia Argentina, la Gran Historia, le moleste a quien le moleste. Un peletero de apellido Kummer  confeccionando  el tapado para la gala del nueve de julio.  Evita obligada,  históricamente, a la postración.
                                            
                                                          EVITA       
                                      (Susurro. Sólo se distingue el YO)
                              Quiero que pongas el tapado donde yo  pueda verlo.

                                              ENFERMERA( acercando el maniquí a la cama)
                                           ¿Acá le parece bien a la señora?

      Evita no logra mantenerse despierta. La enfermera camina hasta el tocador y toma el frasco de perfume. Regresa junto a la cama. Rocía el edredón.

                                                 ENFERMERA
                         La señora huele muy mal. ¿Qué se siente pudrirse en vida?, 
                         Pobre reina, no vas a poder usar el tapadito que te trajeron.

  La enfermera deja el frasco de perfume y con el cepillo en la mano se dirige hacia el tapado. Comienza a cepillarlo.

                                                 ENFERMERA
                        ¿Podés creer que a éste también se le cae el pelo? 
                        (tararea el tango “Aquel tapado de armiño”)                     
                        Rojitas me dijo que todo iba a cambiar. Por ahí ligo el tapado.
                        ¿No te parece?
  La enfermera camina hacia el tocador. El rostro de Evita tiene una mueca de dolor. Tiene lágrimas en el borde de la nariz. Se queja.  
    La enfermera se acerca  abriendo y cerrando las  tijeras.

                                                 ENFERMERA
                        No me llorés. Nada más tilingo que una puta llorona. ¿ No          
                        eras vos la que llevaba puestas  las pelotas  de  Perón?

    La destapa. Recorre el cuerpo de Evita con la punta de la tijera. Le toca los pechos pero han desaparecido. Se acerca a los labios. Levanta la vista hacia el cristo y sonrie.
  La escena de mi prima Carla, como Evita y de Lucrecia Lot (única profesional) en el papel de enfermera, arrancó un murmullo entre los presentes.  La caracterización de Carla fue sencilla: es delgada, sin tetas y ojerosa. Sólo tuvimos que teñirle el cabello. En cuanto a Lu, se había puesto un guardapolvo tan ajustado que en la película se le notaba la ropa interior.  
    Se escuchó un movimiento de banquetas. El primero en ponerse de pie y salir del garaje fue mi padre. Ya lo habíamos discutido cuando le conté el argumento. Es un frustrado que a veces se da máquina cantado la marcha adaptación año ¨70 “con el fusil en la mano y Evita en el corazón…”. No soporta opiniones contrarias.  Lo siguió mi  novia  (actuó en el papel de dama de la Fundación) Una cuestión de celos actorales.

  (BACKGROUND) Evita se encuentra acompañada. Los  personajes funcionan como un  coro griego: todos observan el  mismo  grado de obediencia. Están los que creen en ella y los que simulan con habilidad.    Ubicados alrededor de la cama, de izquierda a derecha, se mueven como satélites: dos mujeres de la Fundación, el secretario, el peluquero, el edecán, la enfermera. Evita, mediante gestos, hacer mover a los personajes por la habitación. El maniquí está desnudo.

                                                 EVITA
                             (Se escucha la respiración) ¿ Me trajeron el tapado?
                                                 VOCES                                                              
                               Si señora… por supuesto… ya lo traemos...

El edecán deja su lugar junto a la ventana y  camina hacia la puerta.
                                                 EDECÁN
                                  Traigan el tapado.
  
 Entra el peletero con el tapado de armiño.
                                                 PELETERO
                                   ¿Madame  desea probarlo?
 
  Los rostros dan cuenta de que la pregunta es un desatino, que remarca la  enfermedad. Evita no puede levantarse.

                                                 PELETERO
                                   ¿Madame quiere que alguien lo pruebe?
 
 Las tres mujeres que hay en la habitación se miran. No ocultan las ganas de usar el tapado.
  Evita niega con la cabeza. Siente que la  única forma de enfrentar la impotencia es con odio.

                                                 EVITA
                        Ninguna chirusa se va a probar mi ropa. Antes muerta. Que 
                        se lo ponga mi secretario.
 
    El  hombre se acerca al peletero. Éste lo ayuda a ponerse el tapado. Evita le  señala que camine por la habitación, que gire. Cumplido, el hombre hace una reverencia y se lo quita. Luego lo coloca  sobre el maniquí.
    Entra el Doctor Taquini acompañado por el padre Benítez, que bendice a todos los presentes.
                                                 DOCTOR TAQUINI
                                    (tomándole el pulso) En este lugar hay demasiadas
                                     visitas. Nuestra  Ilustre enferma tiene que descansar.
    El sacerdote marca con agua bendita, en la frente de Evita, la señal de la cruz.
 El doctor le dice algo a la enfermera en voz baja.
 Antes de que llegue a la puerta, Evita intenta incorporarse.

                                                 EVITA
             ¿Doctor, voy a poder ponerme ese tapado el nueve de julio?
                                                 DOCTOR TAQUINI
             Vamos bien Señora, no se preocupe. Ahora descanse.  
              La dejo en buenas manos.
  Se esfuma la escena.

  La silueta de mi abuela tapó la pantalla por unos instantes. Supe que esto iba a pasar. Ella me había exigido que  contara la verdad “ no te olvides de poner que nos obligaron a usar el luto y que a tu abuelo Tito lo llevaron preso por criticar a Perón”. Traté de explicarle que  no había lugar en mi película para esas consideraciones. No me entendió.
  Dos compañeros del Instituto se arrastraron por el borde de la pared y salieron. Escuché que dijeron algo sobre las “tristes tetas” de Carla y sobre lugares comunes. Idiotas: qué cosas no son lugares  comunes en este país.  Es imposible conformar a todo el mundo; hasta mi hermana quiso hacer de mi obra  un alegato ecologista. Ceci, le dije, en el 52 nadie se cuestionaba si era bueno o malo matar armiños para hacer tapados, era una cuestión de poder. Pero ella insistía.  Mientras filmábamos me persiguió para que tuviera en cuenta la relación entre la pureza que representan los armiños en estado natural y la inutilidad de esas muertes. La escuché con cierto interés hasta descubrir que para ella los armiños eran grandes como un oso polar. 

    El peluquero se encuentra deshaciendo las trenzas de Evita. Cepilla y advierte que la cantidad de cabello caído va en aumento. Intenta disimular dejando caer el cepillo.
Se agacha, con un rápido movimiento retira el cabello del cepillo. Se incorpora.
Se dirige hacia el tocador y oculta el cabello caído dentro del cofre de las joyas. Regresa a terminar el peinado.
  El secretario está sentado junto a evita. Tiene en sus manos un anotador y una lapicera.
                                                 EVITA
                            Agradecele  a Christian todo lo que hizo por mí. Ponele 
                            que más de una se reventó de envidia con los vestidos que
                            me hizo.  La de Bernardo la quiero firmar yo. Ponele
                            querido Bernardo  el pueblo argentino jamás va a olvidar
                            tu  gesto  por la causa de Perón.

  La señora levanta una mano para que el edecán cambie de lugar el tapado. El secretario se pone de pie. Perón se acerca a la cama.
  Evita vuelve a levantar la mano para que el  peluquero deje las trenzas y se corra.
  Ella cree o simula sentirse mejor. Se destapa, intenta mover las piernas para levantarse.
                                                 EVITA
                                    Quiero ponérmelo.

   (BACKGROUND) Primer plano de goteo de sangre sobre el pasto.
   Colgando de unos ganchos se ven varios armiños.
   Sobre una mesa de madera sucia brillan las tijeras.
  Cuatro hombres, con  la ropa manchada, acomodan los cueros.
 
  Perón busca los ojos del secretario. Este los cierra y asiente con  un leve movimiento de  la cabeza.
 La enfermera se acerca e intenta ayudarla.
                                                 EVITA
                                          ¡Vos no! 

  Evita tomada del brazo de Perón, camina hacia el maniquí. Siente dolor en el estómago, se descompone y vomita.
  Una mezcla semi-líquida  color bilis se desliza por el cuello del tapado.

   Lo dicho: es imposible agradar a todos los espectadores. Pero el enojo casi masivo me hace pensar que el cine no es para mí. No me salvó ni la técnica de Robbe-Grillet ni la de Torre-Nilson. Las banquetas fueron desocupándose antes de que terminara el film. El crujir de los vasitos plásticos al ser pisados, opacó la cortina musical:  el tango de  Romero y Delfino. En video Graf  se leía, luego de los créditos,  “Dedicado a Maria Eva Duarte de Perón, in memoriam, por haber existido.”
 Me acusaron de mentiroso ( papá y la abuela, en sentidos opuestos), lento y metafórico insolvente( mis compañeros y el profesor), grosero ( mi novia y mami) etcétera ( actores y parientes).
  Carla sintió vergüenza por los comentarios. Se fue llorando. En cambio Lucrecia, luego de cobrar los cien pesos pactados, se ofreció para hacer otra película y para juntar las banquetas. Luisito Gullo ( caracterizado como Juan Domingo Gardel o como Carlitos Perón) se limitó a levantar los pulgares.
 Sólo mi hermana aplaudió y me dijo algo de Green Peace que no quise escuchar. 














2 comentarios:

Flavio. dijo...

Qué poder de síntesis para definir los perfiles de nuestro país.
Tremendo!!!
Gracias

jotaVe dijo...

Gracias, Flavio! Si hay algo que somos como pueblo es eso: un número imposible de perfiles diversos. Y así suele irnos...

Un Beso!