Camino
hacia la orilla del Mar, Barcelona, 16 de noviembre.
Creí
que los recuerdos de lo imaginado se borrarían; Ahora sé que no sucederá. Lo no
vivido se completa con un número casi infinito de detalles.
Andando
por pequeños callejones uno puede encontrarse con:
* Los
aplausos del público en el Palau de la Música catalana tras oír
“Azulejos” de Albéniz terminado por su amigo Granados.
* Los
restos del grafito dejado por Picasso y sus amigos de Els Quatre Cats.
* Una
“Barcino” desempolvada que conserva en sus ánforas el sabor de la Roma augusta.
Una
de mis guías es una hermosa pequeña catalana llamada Abril que en perfecto
español me cuenta:
- No
se puede cambiar una sola oca. Si alguna se enferma o muere hay que cambiar a las
restantes si no lastiman a la nueva hasta matarla.
13 ocas
en el patio de una Catedral. Historias.
Entre
el cielo y el infierno: gárgolas expectantes y bloques de piedra con la memoria
grabada.
- El
mar está cerca- dice mi guía. Y hacia allá vamos.
“Mi” puerto
de Barcelona no tenía esa montaña como telón de fondo. Ni ese Colón indicando
un camino. [Ahora sí]
“Mi”
Mediterráneo sí era tan azul como el que veo.
¿Las
huellas en la arena? Mi nombre y los pasos amigos.
Lo
que debía ser.
P.D: Muchísimas gracias a Gema y su pequeña Abril por la maravillosa compañía.
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