Los ojos del suicida. Joven, sonriente. El dedo índice señalando
el cielo. Su adiós. El camión a toda velocidad directo hacia el edificio gris.
Una nube de polvo hirviendo nace de la nada. Fuego. Un pequeño árbol, quizás
infiel, que sacude sus míseras hojas.
Nada más.
La tristeza de unas letras cayéndose de unos dedos flacos siempre me dan ganas de llorar cuando Cohen
canta a mil besos de profundidad…
Lo que nunca creí que pudiera existir: una risa inútil.
Mis oídos al vacío. Escuchar el recorrido de la sangre transportando
recuerdos de una celda a otra.
Marcar mañanas en un mapa.
Fue un instante sin contradicción.
Todo se detuvo en la simetría de un insecto que me mira y posa,
aún sabiendo que no tengo nada para dar.
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