A rvr por su sagrada voluntad de hacerme feliz.
Gracias. Eternas.
Los andamios son como balcones descosidos; sobresalen de los muros sin demasiada confección: no más que hilos trenzados sosteniendo tablas de cinco metros de largo por uno y medio de ancho. Son como un bote salvavidas acariciando el lomo de un gran barco.
Los balcones son andamios recubiertos de prudencia. Simulacros de vértigo. Desde allí miraba, con una mueca Munch, la mamá de Mateo.
Un lunes de pleno julio.
35 pesos diarios sin comidas. De ocho a dieciocho. De Lunes a Sábado, incluso los días en los cuales el sándwich va con lluvia. El equilibrista no lo piensa demasiado. Dice que viene a destiempo; que su suerte viene un paso más atrás.
No recuerda como aprendió a desplegar la cuchara en un solo golpe de muñeca. No sabe de cimientos, tampoco de fratachos que rejuvenecen las caras de las habitaciones sacando las arrugas de cemento. Sólo conoce la formula mágica “1 de cal, tres cuartos de cemento y tres de arena”.
Pero se subió a la camioneta blanca en la esquina de 44 y 143. El y diez más acomodados en la caja de la Ford. Al centro dijo el arquitecto. Él sí sabe. También el dueño y los calculistas y los maestros mayores de obras. Construcciones no mayores de 15 pisos en esta parte de la ciudad. Proyecto building.
A cincuenta cuadras su escenario. Conservar el equilibrio. Sin arnés. Sin red, salvo esos telones negros por debajo de los andamios que no podrán evitar la caída pero sí proteger de los restos de material los techos ajenos.
***
El mismo julio. Otra mudanza. El primer invierno que Mateo vería desde las alturas. Octavo piso. A. Un Gran ventanal de puertas corredizas, el balcón y el vacío. El este de frente y la ciudad.
Mientras la familia acomodaba cuadros y sillones; floreros y libros; cristales y cortinas, el pequeño descubría una bandada de pájaros húmedos sobrevolando dos viejos tilos y, un poco más arriba, a un hombre haciendo equilibrio sobre un alto esqueleto de ladrillos rojos.
- qué hace ese señor ahí?
- Vení para acá, no te acerques al borde sí? Trabaja Mat,
Con la oscuridad, hombre y pájaros desaparecían. Cada mañana, la madre lo encontraba durmiendo en el ángulo exacto desde el cual una diagonal imaginaria unía los ojos del pequeño, el andamio del equilibrista y hacia en fondo, las puntas de la catedral.
Los domingos sólo los pájaros seguían su trabajo demostrando que, para ellos, sólo hay hoy.
Mateo tenía todo controlado. A la hora del cereal con leche llegaba la camioneta, una vieja Ford F-100 cargada de rostros ajados; con el Actimel se encendía el motor de un camión con su enorme batea para mezclar hormigón. La magia del balcón desaparecía cuando se escuchaban las llaves de su padre en el ojo de la cerradura, del otro lado de la puerta:
-Te dije que no abrieras el balcón… Siempre desobediente vos…mirá lo que te traje…
El niño cerraba los ojos y trataba de imaginar el contenido de ese hermoso paquete. Quizá una cuchara de albañil muy grande como las que se exhibían en ese negocio de clavos y latas de pintura.
No. No era. Una raqueta de tenis no servía para acompañar, en el andamio, al hombre equilibrista.
Arena en el palier. Ese fue el primer signo de que las cosas se habían complicado. La queja del portero “Holmes” que siguió los rastros hasta la puerta del 8 A. Bajo la cama, una caja de Nike con arena traída en el gran bolsillo de su guardapolvo.
***
En Agosto, día del niño.
- A ver, elegí de esta revista.
40 páginas de Carrefour que recorrió marcando círculos. Jueguito De Herramientas Grande 16 Piezas, ¡Con Casco! “Igualitas a las de papá” leyó de corrido
Camión Volcador Radio Control Alámbrico Mueve Caja Volcadora
Excavadora Topadora Radio Control Alámbrica Con Pala Grande
Camión Hormigonero Marcha adelante y atrás. Dobla a la izquierda y derecha. Mezcla y arroja la arena de adentro.
Tampoco.
Una Hit Gun para la Play y un set de pelotitas fluorescentes para la raqueta.
También recibió una articulada enciclopedia del cuerpo humano
El edificio iba cubriéndose de gris. Un gris que lo protegía de los últimos fríos.
-No quiere ir más a la escuela…
-Cómo que no quiere? Esas cosas sólo te pasan a vos. Ahora hablo yo con él y vas a ver…
El padre le prohibió asomarse al balcón. “Muerto el perro se acabó la rabia” pensaba y se dedicó a armarle el juego de química que siempre deseó para si mismo.
***
Los pájaros de Septiembre sobrevuelan a otra velocidad. El hoy se transforma en un “ya” permanente.
Mateo se despertó con un canto de “ya” en sus oídos. Tocó la arena guardada en la caja. Se sintió equilibrista. Se sintió pájaro y quiso probar las alas.
Las calles, los autos, las escaleras, los ladrillos sin colocar, las herramientas, los ojos de los extraños. Nada. Nada existía, salvo el andamio y su dueño, el equilibrista.
El obrero sintió en el leve movimiento de su tabla, la presencia de alguien más, en éste, su paraíso. Le pareció, por un segundo, ver a un ángel acurrucado en la punta del andamio.
Así Mateo junto al balde de cemento. Junto a los gritos del padre desde el asfalto.
Sin respirar, el equilibrista extendió su mano, gruesa mano tatuada a la cal.
- Quiero ser como vos, me vas a enseñar? Preguntó su sonrisa
A cincuenta metros de altura, sobre un balcón descosido, no se piensan demasiado las respuestas:
Midiendo el fin o el comienzo de todo, la sonrisa equilibrista dijo sí.
Gracias. Eternas.
Los andamios son como balcones descosidos; sobresalen de los muros sin demasiada confección: no más que hilos trenzados sosteniendo tablas de cinco metros de largo por uno y medio de ancho. Son como un bote salvavidas acariciando el lomo de un gran barco.
Los balcones son andamios recubiertos de prudencia. Simulacros de vértigo. Desde allí miraba, con una mueca Munch, la mamá de Mateo.
Un lunes de pleno julio.
35 pesos diarios sin comidas. De ocho a dieciocho. De Lunes a Sábado, incluso los días en los cuales el sándwich va con lluvia. El equilibrista no lo piensa demasiado. Dice que viene a destiempo; que su suerte viene un paso más atrás.
No recuerda como aprendió a desplegar la cuchara en un solo golpe de muñeca. No sabe de cimientos, tampoco de fratachos que rejuvenecen las caras de las habitaciones sacando las arrugas de cemento. Sólo conoce la formula mágica “1 de cal, tres cuartos de cemento y tres de arena”.
Pero se subió a la camioneta blanca en la esquina de 44 y 143. El y diez más acomodados en la caja de la Ford. Al centro dijo el arquitecto. Él sí sabe. También el dueño y los calculistas y los maestros mayores de obras. Construcciones no mayores de 15 pisos en esta parte de la ciudad. Proyecto building.
A cincuenta cuadras su escenario. Conservar el equilibrio. Sin arnés. Sin red, salvo esos telones negros por debajo de los andamios que no podrán evitar la caída pero sí proteger de los restos de material los techos ajenos.
***
El mismo julio. Otra mudanza. El primer invierno que Mateo vería desde las alturas. Octavo piso. A. Un Gran ventanal de puertas corredizas, el balcón y el vacío. El este de frente y la ciudad.
Mientras la familia acomodaba cuadros y sillones; floreros y libros; cristales y cortinas, el pequeño descubría una bandada de pájaros húmedos sobrevolando dos viejos tilos y, un poco más arriba, a un hombre haciendo equilibrio sobre un alto esqueleto de ladrillos rojos.
- qué hace ese señor ahí?
- Vení para acá, no te acerques al borde sí? Trabaja Mat,
Con la oscuridad, hombre y pájaros desaparecían. Cada mañana, la madre lo encontraba durmiendo en el ángulo exacto desde el cual una diagonal imaginaria unía los ojos del pequeño, el andamio del equilibrista y hacia en fondo, las puntas de la catedral.
Los domingos sólo los pájaros seguían su trabajo demostrando que, para ellos, sólo hay hoy.
Mateo tenía todo controlado. A la hora del cereal con leche llegaba la camioneta, una vieja Ford F-100 cargada de rostros ajados; con el Actimel se encendía el motor de un camión con su enorme batea para mezclar hormigón. La magia del balcón desaparecía cuando se escuchaban las llaves de su padre en el ojo de la cerradura, del otro lado de la puerta:
-Te dije que no abrieras el balcón… Siempre desobediente vos…mirá lo que te traje…
El niño cerraba los ojos y trataba de imaginar el contenido de ese hermoso paquete. Quizá una cuchara de albañil muy grande como las que se exhibían en ese negocio de clavos y latas de pintura.
No. No era. Una raqueta de tenis no servía para acompañar, en el andamio, al hombre equilibrista.
Arena en el palier. Ese fue el primer signo de que las cosas se habían complicado. La queja del portero “Holmes” que siguió los rastros hasta la puerta del 8 A. Bajo la cama, una caja de Nike con arena traída en el gran bolsillo de su guardapolvo.
***
En Agosto, día del niño.
- A ver, elegí de esta revista.
40 páginas de Carrefour que recorrió marcando círculos. Jueguito De Herramientas Grande 16 Piezas, ¡Con Casco! “Igualitas a las de papá” leyó de corrido
Camión Volcador Radio Control Alámbrico Mueve Caja Volcadora
Excavadora Topadora Radio Control Alámbrica Con Pala Grande
Camión Hormigonero Marcha adelante y atrás. Dobla a la izquierda y derecha. Mezcla y arroja la arena de adentro.
Tampoco.
Una Hit Gun para la Play y un set de pelotitas fluorescentes para la raqueta.
También recibió una articulada enciclopedia del cuerpo humano
El edificio iba cubriéndose de gris. Un gris que lo protegía de los últimos fríos.
-No quiere ir más a la escuela…
-Cómo que no quiere? Esas cosas sólo te pasan a vos. Ahora hablo yo con él y vas a ver…
El padre le prohibió asomarse al balcón. “Muerto el perro se acabó la rabia” pensaba y se dedicó a armarle el juego de química que siempre deseó para si mismo.
***
Los pájaros de Septiembre sobrevuelan a otra velocidad. El hoy se transforma en un “ya” permanente.
Mateo se despertó con un canto de “ya” en sus oídos. Tocó la arena guardada en la caja. Se sintió equilibrista. Se sintió pájaro y quiso probar las alas.
Las calles, los autos, las escaleras, los ladrillos sin colocar, las herramientas, los ojos de los extraños. Nada. Nada existía, salvo el andamio y su dueño, el equilibrista.
El obrero sintió en el leve movimiento de su tabla, la presencia de alguien más, en éste, su paraíso. Le pareció, por un segundo, ver a un ángel acurrucado en la punta del andamio.
Así Mateo junto al balde de cemento. Junto a los gritos del padre desde el asfalto.
Sin respirar, el equilibrista extendió su mano, gruesa mano tatuada a la cal.
- Quiero ser como vos, me vas a enseñar? Preguntó su sonrisa
A cincuenta metros de altura, sobre un balcón descosido, no se piensan demasiado las respuestas:
Midiendo el fin o el comienzo de todo, la sonrisa equilibrista dijo sí.
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