miércoles, 6 de enero de 2016

Enero 6. Camellos reciclados.




 Alguna vez  intenté esperar despierta la llegada de los reyes magos pero el sueño vencía  la emoción. Abrir los ojos y encontrarse con el  balde de agua vacío, el pasto comido, el juguete al borde de la cama generaba un sentimiento contradictorio: qué suerte que vinieron; qué rabia no haberlos visto.
 Descubrir la inexistencia de  camellos y magos cargados de juguetes no lograron borrar esa primera contradicción. Y así, hasta hoy, todo genera sentimientos ambiguos.

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30 grados allí afuera. Aquí el aire es fresco. No se escuchan disparos, ni gritos. No huele a pólvora ni a heridas sangrantes. No tiembla mi escritorio con las prácticas de Kim Jong-un, aburrido de la “paz” mundial. No es mía la cabeza que rueda en Arabia Saudita ni es mi hijo el  pibe que aprende a ejecutar  enemigos del estado islámico.
No pertenezco al gobierno que robó  hasta la memoria de mi pueblo.
No trafico drogas ni protejo a proxenetas.
No me río de la miseria que sobrevuela  miles y miles de callejones.
No busco venganza contra aquellos que se han burlado de mí.

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“Escribir es crearse un mundo propio” dice Stephen King.
Anoche, en mi mundo,  sobrevivía  el recuerdo de un sueño: al costado de una escalera a simple vista interminable, un sillón.  Sentado en él, un Donald Trump, despeinado a perpetuidad, preguntando quien mierda era Simón Bolívar. Ridículo hablarle sobre pueblos libres si aún se compran niños (y él lo sabe) cuyo precio depende del color de la piel.

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Contar lo que hay allí afuera es hablar de mí.  
Yo, y todas mis contradicciones.


P.D: 7 de enero, será el triste aniversario de la masacre en las oficinas del semanario Charlie Hebdo… Y, a fe cierta, parece que nadie busca paz. 

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