Cinco grados. Sensación térmica: cero, gracias al viento del
sur. Desayunaremos invierno.
Y está bien. Todos los junios de mi vida han estado cubiertos por la escarcha y por el
anhelo de sentarme bajo el lánguido sol
a calentar mis manos.
Respiré tanta niebla…
Hay un Sahara entre este hoy y esa fiesta de cumpleaños que vuelve a la
memoria.
Esperaba a mis compañeros
en la puerta de la casa. Zapatos negros de un charol impecable y medias
blancas. Había llovido y el jardín era un pequeño pantano. Uno de los globos,
el más brillante, se soltó del montón y voló hasta el medio de un charco. No
sé por qué corrí tras él. Todo había
desaparecido. Mis compañeros, mis zapatos, el barro. Solo el globo, el más
brillante, queriendo volar y yo,
deseando atraparlo. Lo conseguí. Cuando me di cuenta mis zapatos se habían hundido en un barro
espeso. Inevitable la culpa y el miedo. Inevitable, también, la dicha.
Ahora que, por mi parte,
ya no tengo cuestiones pendientes con mi destino, elijo cuándo y dónde embarrar
mis zapatos. Pero no es igual.
Tres meses hasta que llegue la primavera.
- Otro café, Bandini?
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