A Fito Aguirre Solís, por cada
cucharada de sopa.
A river, por darle sentido a estas alas,
volando con ellas.
“Las palabras dan alas a todos”
Las aves, Aristófanes.
En este lugar soplan todos los vientos juntos. Tengo mil ochocientos tiros. No sé si son pocos o muchos. Cuánto tiempo voy a tener que esperar. Y a quién. Con C: calandria, cóndor, cisne... colibrí, cigüeña... corbatita, cardenal. El frío es insoportable y encima me duele la cabeza. Siento puntadas acá, en los ojos. A mis oídos no les va mejor, sólo escucho un zumbido; creo que estoy sordo. Cuando todo termine voy a estudiar la vida de las aves, creo que se llama ornitología... No me acuerdo. El viejo me enseño. Puedo distinguir a varios pájaros aunque canten todos juntos. Gracias a Dios esta sordera es sólo presente; no puede con los sonidos que conozco. Con G: garza, gorrión, ganso, gaviota. Los gorriones, traídos desde Europa para combatir las plagas, se convirtieron en lo que combatían. Construyen nidos que dan lástima: pobres, desorganizados, inseguros. No hay tormenta de primavera que no deje varios pichones estrellados contra las baldosas. Nada que ver con los horneros, que no improvisan ni arriesgan la vida de sus crías. Y, sin embargo, cuando llegue octubre ( creo que faltan como cuatro meses), ambos van a cantar a las cinco menos cuarto. Y no son camaradas. Debe ser el reloj biológico. El mío ya no funciona: llevaba una cuenta prolija del tiempo hasta que gritaron “N-U-M-E-R-A-R-S-E”. Me pareció que huíamos hacia el frente, porque todos los puntos eran el frente. Las sombras en el cielo van disminuyendo. No sé que pasa. Yo también soy desorganizado como los gorriones: debí cavar un poco más profundo. Tierra, arcilla y piedra. De vez en cuando caen pedazos sobre mi ropa. No siento el ruido pero sé cómo suenan. Suenan como las paladas de tierra que arrojó el tío José sobre Batuque. Nunca había visto un perro colgado de un árbol. El que lo hizo debió haber sonreído por la ocurrencia: un perro suicida. Lo descolgamos y lo envolvimos en una bolsa arpillera. Batuque-arpillera-tierra: soy el mismo sonido. Pero mi tío no cavó este pozo. Supongo que afuera, la bruma debe estar cubriéndolo todo.
Cuando armamos las carpas, le mostré al subteniente que podía imitar el canto de varios pájaros. Me prometió que, después de la licencia, íbamos a regresar para estudiar la fauna de la reconquista. Con P: pato, paloma, picaflor... pavo, petrel. Pis. Estas frazadas huelen a pis. Prefiero este olor antes que la pólvora quemada; que la carne quemada. Como la de Sánchez, el apuntador de la M.A .G. Un olor hecho de gritos: “TOCAME, FIJATE SI ESTOY ENTERO”. No me animé. Ahora tengo las manos tan congeladas que se me cayó el último pedazo de chocolate. Ni hablar de levantar el fusil. Me dijeron que no me moviera ( las balas son como las centellas: buscan lo que se mueve). Si mamá supiera que no comí otra cosa en dos días. Debí hacerle caso al alférez y aceptar otra ración de guiso. Quizá no tendría tanto hambre. La voz del estómago se siente porque va por dentro. Muchas voces van por dentro incluso la mía preguntando a dónde, por qué, para qué. Con A: águila, avestruz, alondra... albatros. Cuando llegamos, los albatros sobrevolaban la costa Pueden dormir flotando en el océano. Van detrás de los barcos como un focker perezoso. Gritan y compiten con las antiaéreas. No les importa el alcance de los misiles. Parecen mercenarios.
Me dijeron que conservara esta posición. Pero si me llaman no los voy a escuchar. Acá, la tormenta no para. Voy a salir.
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