A Facundo Castro
Quizá lo soñó esa tarde, de regreso a la “gran” ciudad, trayendo en su mente todos los recuerdos de un pueblo que se le antojaba casi fantasmal.
O fueron los perros de la calle siete y su dentelladas monocordes repartidas a diestra y siniestra según el simple rodar de los autos...
Pudo haber sido el hambre; el vacío que se siente en el estómago (O se siente más en el corazón?) aunque se intente deglutir cientos de galletitas con los ojos chinos clavados en la espalda; aunque los calambres en los dedos tras doblar miles de folletos no son menos inocentes en esto. Como no son inocentes las horas gastadas junto a las cuchillas para pelar cientos de bolsas.
No habrá sido mirando a la gente que se sumergía en las aguas de las termas, olvidando que las sirenas no quieren darse a conocer?
O fue pegando ladrillos al ritmo de Creedence Clearwater Revival, o
No. No fue eso. Pienso. Fue la espera en esa plaza. Fue esa torta de cumpleaños fallida. Fue el sentir los sueños compartidos. Fue la flor estrella o la rosa roja?
Fue el producto de exprimir un cuaderno espiral o dos mp3.
El pogo del Varieté. Un Du hast en la radio metálica.
Quizá fue
O los graffiti y los tatuajes. Quizá lo extrajo de su colección de flores, de estrellas, de cielos, de caminos. De ceniceros. Por qué no?
De su cajita de música. Del soporte permanente con gusto a pan fresco que le ofrece su madre. De la sonrisa sin trueque de su pequeña Violetita.
En el subte o junto al guitarrista ciego. En la velocidad de un auto sin control. En el salto al vacío.
En la soledad que lastima al alcohol. En el reloj que intentó detenerse en las horas del miedo, cuchillo en mano.
Fue mientras se ocultaba de los perseguidores, reteniendo el aliento.
Fue en la libertad de darse sin esperar
En la caricia amiga? En el golpe enemigo?
Fue frente a este portón?
Despertará y no tendré aún la respuesta.
Dónde y cuando se propuso ser todo lo que es y todo lo que inevitablemente será.
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