La estación Oriente resplandece en la madrugada de Lisboa. Un
gigante de acero que observa mis pasos y escucha mi pregunta “¿Qué hago acá?”
Pendientes infinitas. Adoquines. Tranvías blancos y amarillos
cruzando la ciudad de cara al río. A lo lejos un caserío multicolor de tejas
rojas y diversas alturas que se abre a
la vista como si fuese un libro troquelado.
Azulejos decorando los frentes,
barberías, antigüedades y sardinas en conserva. Todo en la misma línea visual.
Y en ese todo la silueta de Fernando Pessoa.
Sólo es cuestión de sentarse
a escuchar fados o esas historias de navegantes que ñao tem fim.
Muito obrigado.
3 comentarios:
¡Volviste! Qué lindo.
Sí! Te digo que extrañaba mi pequeño mundo cotidiano.
Gracias por esperar alli!
Mua!
¡Te quiero!
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