miércoles, 31 de mayo de 2017

Después?



No preguntes qué hay después. Mirá cómo el cielo se deja llover mansamente hasta ser arcoíris. Las respuestas no serán más que mentiras, un deseo, una dulce o amarga salida para calmar la ansiedad. No lo entedemos pero se terminó el tiempo de las bolas de cristal  en las que veíamos el futuro y, además, perdimos la capacidad de ser adivinos. No preguntes qué hay después; Cuando lo haces… ¿No escuchás detrás de tus palabras el crujir del instante? ¿No ves cómo lo que era pura belleza comienza a demacrarse y donde había sonrisas van naciendo surcos terracotas? No preguntes qué hay después, sólo el tono alcanza para  socavar  la fe y los  interrogantes (como mazazos) tatúan la piel hasta dejarla pegada al hueso de la queja por lo que aún no es.
Como si  pudieran explicarse  las pupilas carcomidas por el sol, el pájaro que no puede dormir o el borde siempre abierto  de otras almas. No preguntes qué  hay después. Debemos ser tolerancia extremista para no caer. Ser la persistente fuga de grillos mientras el  amor viaja  en nanosegundos  hasta las pupilas que estallan. Ser melodía, ruido, silencio. Nunca preguntes: disfruta de las sombras chinescas que hacen las palabras,  las lágrimas o nuestros dedos mientras se consume la vela.




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