“¿Qué venía yo a
hacer al Pont des Arts?” se pregunta Oliveira.
Y le contesta
Cortázar dibujando rayuelas.
Yo no
vine a escribir una novela. En el mejor de los casos vine a completar una escena
de mi vida: cruzar el puente de tablones como quien baila sobre su propia tumba.
También
vine a contar fantasmas pero resulta imposible. Hay tantos fantasmas como
candados colgando en las barandillas. Y muchos de ellos, buceando desnudos, intentan rescatar la llave que arrojaron al
Sena. Nada más trágico para un fantasma que estar encadenado por amor.
Los
bancos parecen vacíos pero acercándome un poco percibo esa sensación
de la promesa amorosa, de la esperanza en mañanas y, con otra densidad, se
siente el dolor del fin, el desamparo, el ruido que hace la conciencia cuando no sabe a dónde ir.
¿Qué
venía yo a hacer?
Ah,
sí…
Vine
a jugar un momento a ser Horacio y otro
rato a ser La Maga para comprobar que no son necesarios los candados
cuando el amor queda atrapado en la memoria.
P.D: “Y
era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su
delgada cintura y acercarme a la
Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un
encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se
da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que
aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.” Rayuela,
Julio Cortázar.
Pont des Arts, 25
de noviembre de 2014.
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