lunes, 27 de diciembre de 2010






*Nota de autor: Necesitaba una sonrisa más allá de la tristeza que denotan mil situaciones (mundo de mierda, imposible negarlo). Una sonrisa de niño… ficcional, sí, pero sonrisa limpia.

A Rubén y a la ternura del mundo sin descubrir.

Feliz Navidad.

Ya en el colectivo la cosa no había sido fácil. El traje era pesado y las botas dos números menos. Capricho de contratista, era mejor salir desde la casa con todo el traje puesto, no sea cosa que las estaciones de servicio vedaran los baños a los Papás Noeles versión Coca Cola.

Dejaron el bolso con la mercadería junto al chofer. Ya no era el boom, pero Bob esponja seguía contando entre las preferencias de los más pequeños y este modelo tenía incorporada una melodía navideña.

-Dos de uno noventa, dijo el padre mientras Rubénponía las cuatro monedas en la máquina.

Todas las ventanillas del colectivo abiertas y sólo una pequeña corriente de aire que no alcanzaba ni para mover la punta del gorro. Se advertía que iban a tener no menos de 36 grados, a la sombra. En un rato más, la avenida 44 será la pista donde miles de autos, en competencia secreta por llegar a los negocios del centro de la ciudad llevarán la temperatura del asfalto al triple.

- Te saludan, pa.

Dos mujeres en un Peugeot sonreían y gritaban “jojojo” mientras ambos vehículos estuvieron detenidos en el semáforo.

- Lástima que no vendo caretas. Dijo el padre en voz alta. El chico rió con ganas.

24 de diciembre, en el hemisferio sur.

La mejor esquina: 44 y 139. Cuatro cambios de semáforos hasta que te devuelven la luz verde. Bajaron allí.

Rubén se acomodó en el refugio junto al bolso lleno de “Esponjas”. Su padre se entreveraba con los autos, arrimándose a la ventanilla del conductor:

- Feliz Navidad, Maestro, cinco pesos, el mejor regalo para el árbol.

Cuando la luz habilitaba el paso de los autos, Papá Noel se acercaba a su hijo:

-Si tenés hambre decime, eh? Le dijo.

- No. Estoy bien, el señor de allá me dio pan dulce.- Contestó sin dejar de dar vueltas con los brazos extendidos.

-Cuidado, no te vayas a golpear que todavía no se te curaron las rodillas.

- Pa,¿Vos sabés cuántas vueltas debo dar para marearme?

-Mmmmm, no hijo.

-No importa- sonrió- sigo contando: veintiocho, veintinueve, veintidiez, veintionce…

Otro alboroto:

-Es Papá Noel!- Gritaron los niños que viajaban en el caja de una Dodge.- Papá Noel Te pusimos las cartas en el árbol.

-Jo,Jo,Jo. Contestó el disfrazado.

Cerca del mediodía estaba un poco mareado, entonces el vendedor de pan dulce le ofreció una pequeña banqueta. Se sentó ahí.

-Haceme una gauchada- le pidió, ofreciéndole un trago de jugo - ponete este pan dulce sobre las piernas así aprovechamos el traje.

Rubén se sentó a su lado.

-Aburrido?

-No papá, estoy bien.

-Ya falta menos,¿Sabés?

-Sí.

-¡ Mirá cómo tenés esas lastimaduras! Dijo el padre señalando las rodillas.

Rubén había juntado cinco piedritas y jugaba apoyándose en la tierra. Se levantó del piso y trató de sacarse el polvo con cuidado porque aún le dolía ese golpe de bicicleta ajena, enorme bicicleta ajena, que tomó prestada (sin permiso) en la puerta del almacén.

Una bicicleta propia, soñaba.

Papá Noel, poco a poco, fue recuperando la vida en sus piernas. Siguió vendiendo los muñecos que ahora costaban tres pesos (a no ser que prefiriese guardarlos hasta el día de reyes)

A las cuatro de la tarde el calor era insoportable. Se desplomó.

Despertó junto a un policía, en la sala de espera del hospital, sin el bolso.

-Casi te matás, Papá Noel.- Dijo el policía mientras llenaba una planilla.

Rubén sentado entre extraños: lesionados por petardos mal prendidos, alcoholizados a destiempo, parturientas.

-Papá Noel, consultorio 2, distorsionaba el parlante.

-Todo normal. Sólo cansancio y un día de temperatura caribeña. Dictaminó el médico.

- El próximo año no se te ocurra vender cocos disfrazado de gorila, ok? Se divertía la enfermera mientras le sacaba el tensiómetro.

Parados en la escalinata del hospital, se había hecho de noche.

-Si corremos un poco, alcanzamos el último micro.

Subieron.

-Cuando te esperaba, una señora me preguntó si había hecho la cartita…

- ¿Y que le dijiste?

- Que no sé escribir y que estamos muy ocupados vendiendo muñecos.

Se abrazaron.

El recorrido les pareció más largo que de costumbre, sin embargo, caminaron las siete cuadras que aún faltaban tarareando la música que habían escuchado todo el día:

Shingo bel shingo bel lalalalala

Lalegriadestediahayquefestejar, EY!

Prendieron la luz de la habitación.

-Se nos hizo tarde para la comida. ¿Hacemos fideos con aceite y salchichas?

-Sí.

-Bueno, dale. Me cambio esta ropa y cocino. Fijate si en el fondo quedó alguna botella de jugo.

Rubén gritó.

-Ya vino. Ya vino.

-¿Quién?- Mintió sorpresa el padre.

-El de verdad.

-¿El de verdad? Insistió el padre.

-Sí, Papá Noel de verdad.

-Claro, Rubén, ¿qué otro Papá Noel conocés?

- Es que… Pensé que no existía, como vos te disfrazaste y todos se lo creyeron. Como todos te decían Papá Noel y sos mi papá y no tenemos fábrica de juguetes…ni juntamos cartas…

-Uh, por poquito y no te deja nada, suerte que no se enteró. Conozco a un chico que jamás volvió a recibirregalos después de decirle a su hermanito que Papá Noel y los reyes eran los padres.

Se quedaron en silencio contemplando el regalo: una bicicleta azul, sin rueditas, con cubrerayos del hombre araña.

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