Esa tarde, el mundo se negaba
a escucharme, o peor, me ignoraba sin culpa ni piedad. Busqué espejos, charcos de agua, pupilas. Algún
sitio donde reflejarme. Nada. Entonces, creí que se trataba del final del
camino: ese tornarse invisible hasta no
ser reconocido ni por la propia piel. De todas maneras, hice un último intento
con la esperanza de reencontrarme.
Miré hacia la izquierda, hacia
la derecha. El cielo transparente, el piso de tierra. Por último, miré hacia el frente. De contorno difuso, allí estaba yo, reflejada en el lugar menos
pensado, aún de pie.
2 comentarios:
Me mata tu prosa! Te quiero.
Nonono... te quiero vivo.
Mua!
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