miércoles, 12 de marzo de 2008

ADROGUE y después...



(...)


Mi padre extrañaba un lugar que a nosotros había comenzado a estrangularnos. Calles de adoquín, rodeadas por plátanos amenazantes. Tilos alérgicos, jazmines del cielo. Un tornado, sin Hollywood, sin forma de embudo ni vacas en su centro pero que casi arranca de sus bases a la escuelita “José de San Martín”, una reliquia más antigua que mi abuela ( su alumna desde primero inferior) La sirena de los bomberos voluntarios. Los tiros nocturnos. Las casonas de una fiesta ajena. Los violines de Antonio Agri mientras hacíamos los deberes. El hotel Las Delicias. Un georgi mitológico que mi propia ceguera jamás me permitió ver. Un Torre Nilson filmando “Boquitas Pintadas”( ¡ Qué buena estaba Martita González!) y un barrio con la boca abierta, sin pintar, soñando con ir al cine para encontrarse entre los extras. (de espaldas a la cámara)


Y más acá de todo el carguero descansando en una vía muerta, la estación de trenes regada con acaroína, un baño que teníamos prohibido por la sola presencia de un puto viejo. El túnel de pis con tres respiraderos: diez escalones, descanso, diez escalones, la boca de la ballena y un foquito a la distancia.


Y por encima de todo: una estatua. El hombre que no monta un furioso caballo, que no tiene una espada con la cual luchar o sellar la tierra nueva, que no se arrodilla ante ningún símbolo celestial, que no tiene corona de laureles. Un hombre que se sacó la galera y se sentó en un banco de plaza. ESTEBAN ADROGUÉ: un viejo que no hace nada, por ignorancia, por cansancio o porque sabe que todo movimiento conlleva una elección de desorden moral que no vale la pena.
( Para que festejara el año nuevo le poníamos sobre el banco una botella de sidra. Nunca la destapó.)
No nos quedaban motivos para seguir allí. El centinela italiano había muerto. El primo no iba a regresar. Y si nos quedó alguno, lo tuvimos que masticar junto a los caramelos, mirando por la ventanilla del tren. Luego de una consensuada y azarosa sucesión, mi abuela aceptó la única oferta disponible: una casita en el lejano sudeste, cerca del Hospital donde estaba mamá. La ciudad de los diagonales. Y otra vez los tilos alérgicos. (...)


De "Shhh... que sueñes con angelitos"

1 comentario:

Javier dijo...

El barrio natal es lo que uno extraña cuando se lleva consigo lo que aprendio a ver por primera vez. Siempre se recuerdan vijas cosas, buenas y malas. Todo barrio tiene su historia pero mas que eso cada ciudadano posee la propia. No importa donde pero en cada rincon se esconden momentos vividos que muy pocos y a veces nadie conoce. Quizas sea bueno asi, de esa forma es mas facil olvidar lo malo que uno quiere desterrar.

Off topic: No se que tiene que ver "El ultimo samurai" con "requien for a dream" si es que el titulo hace mencion a la pelicula de Jennifer Connelly. :/

Besos crupier.