26 de junio de 2002... ¿Viste
la sensación del nudo en la garganta? ¿Viste esa rabia que no sabés de dónde
nace? ¿Viste ese dolor por la muerte absurda y la bestialidad?
Bueno... eso.
Darío y Maxi
JUNIO, Jorge Fardermole
A Darío Santillán y
Maximiliano Kosteki in memoriam.
A todos los que nos dignifican
con su lucha.
Lo
que va a pasar hoy pasó hace tanto
me
desperté diciendo esta mañana,
no vi
las predicciones del espanto
que
le arrancaba al sueño mi palabra.
En
este invierno que pega tan duro
está
lejos tu boca que me ama
y se
me desdibuja en el futuro,
y
junio me arde rojo aquí en la espalda.
En
este invierno atroz no hay escenario
más
duro que esta calle de llovizna;
cada
uno sigue en ella su calvario
pero
la cruz de todos es la misma.
Salí
con las razones de la fiebre
y una
tristeza absurda como el hambre,
y
cuando en el corazón la sangre hierve
es de
esperar que se derrame sangre.
Me
llamo con el nombre que me dieron,
el
que tomó la crónica del día;
soy
uno de los dos que ya partieron,
los
dos en un montón que resistían.
Hermano
en la delgada línea roja
que
te me fuiste dos minutos antes
con
la indiscreta muerte que en tu boca
entraba
en cada casa con tu imagen.
Yo
estaba junto a vos sobre tu grito
besándote
feroz la indigna muerte
mientras
te ibas volando al infinito
fulgor
de la mañana indiferente...
Yo sé
que el corazón que está latiendo
en
cada uno es una senda pedregosa,
cuando
en el suelo sucio me estoy yendo,
ajeno
y solo de todas las cosas.
Si yo
salí por mí y salí por todos
cómo
es que ahora no hay nadie aquí a mi lado
que
me retenga la luz en los ojos,
que
contenga este río colorado.
El
corazón del hombre es una senda
más
áspera que la piedra desnuda;
mi
extenso corazón es una ofrenda
que
pierde sangre en esta calle cruda.
Yo
tengo un nombre rojo de piquete
y un
apellido muerto de veinte años,
y
encima las miradas insolentes
de
los perros oscuros del cadalso.
Yo no
llevaba un arma entre las manos
sino
en el franco pecho dolorido,
y el
pecho es lo que me vieron armado
y en
el corazón todos los peligros.
La
mano que me mata no me llega
ni al
límite más bajo de mi hombría
aunque
me arrastren rojo en las veredas
con
una flor abierta a sangre fría.
Hoy
necesito un canto piquetero
que
me devuelva la voz silenciada,
que
me abra por la noche algún sendero
pa'
que vuelva mi vida enamorada...