Caravanas de
autos a más de cien kilómetros por hora que te obligan a fijar la vista en el frente o el centro del retrovisor. Te
empujan; Te llevan siguiendo un ritmo
impuesto por la rutina. Distraerse puede ser una fatalidad.
Y dejas
pasar el estallido del otoño en la copa de los árboles, el ocaso y tu propio
deseo de detenerte y grabar esa imagen.
“Quizá mañana” murmurás; pero no es el “mañana”
de la niñez que te hacía dormir soñando futuros. Es eso otro mañana del
pendiente frustrado, sabiendo que, probablemente, el sol no ilumine sobre el
mismo ángulo, o llueva o un viento violento arranque las hojas o tus ojos ya no
estén para mirar.
Así. En
todo. Medidos, empujados, llenos de pendientes.
No.
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