Controlo la noche. Sé de
sus guiños en esta intemperie. La niebla de las cuatro. El avión en su ruta
este-oeste a las cinco. La moto de las seis. Sé todos sus pasos hasta el borde
del amanecer. Luego me pierdo. Debería existir un metrónomo para los relojes
que marcara el tempo real de los instantes porque mi día es sol como único dato
salvo por esos cielos que me deslumbran como el de esa tarde cuando del otro
lado del arcoíris nació una niebla
terracota y las nubes, extasiadas, se transformaron en montañas. Ese instante, lo sé, fue infinito.
4 comentarios:
¡Que lindo escribís!
Crece mi autoestima, inevitablemente, cuando sé que anduviste por aquí...
Gracias, Jorge! Muchísimas gracias por tu generosidad.
Te quiero.
Y tus fotografías también son lo más. Te quiero, Julieta.
Esas sí que son mi perdición! Me hablan, siempre!
Mua!
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