viernes, 21 de abril de 2017

Pero no hay...






- Pero no hay puertas para salir…
- Cuando se quiere escapar basta una diminuta ventana…

Frío. Se siente frío el corazón. Un cúmulo de pequeñas muertes diarias. Mini adioses que quedan en la punta de los dedos. Dejar ir.
Dos estatuas  cinceladas con la vieja memoria pero frías.
Nada más triste que  la indolencia… dejar que algo se desarme entre los dedos sin un mínimo de remordimiento.


Cerradas las puertas del verano, busquemos las ventanas que esconde  el otoño                  entre sus hojas y a seguir… 


 Castillo de Montjuïc, Noviembre 2016.


jueves, 13 de abril de 2017

Ella

  


 Lo reconozco: vivíamos una rara armonía.  Mientras yo me ocupaba de lo cotidiano - las necesidades básicas para que pudiésemos sobrevivir- ella se perdía entre arpegios y cadencias oscuras. Me iba a trabajar y ella se quedaba escribiendo en su libreta. Regresaba y todavía estaba sentada allí, pero no me molestaba. No pedía casi nada  salvo algún cigarrillo o mi gesto de aprobación de vez en cuando. 
  Todo estaba bien hasta que un día  se  asomó a la ventana y sintió que, quizá, saliendo del encierro lograría conformarme un poco más; Ampliar lo que éramos entre estas paredes.
 En principio fue una buena idea. Partíamos juntas y cada una tomaba su camino. Al regresar, ella contaba, fascinada, todo lo que había hecho. Volvía de la calle con un brillo  en los ojos que le desconocía.  Esto duró diez o doce días. Por algún motivo, el brillo fue opacándose y ya no contaba su experiencia; se limitaba a escribir en su libreta, sosteniendo un silencio rarísimo en ella. Supe, por algunos comentarios al pasar, que se había equivocado, que había mezclado las acciones, dando donde correspondía quitar y tolerando donde debía poner punto final.
  La veía tan acorralada. Que podía hacer si, en algún sentido, yo era la responsable. 
                                                                 ***
  Iba a esperar hasta la luna llena pero diez días más era demasiado tiempo. Ella no dejaba de escribir en su libreta, obsesionada con lo que había vivido y es sabido que hay situaciones en las cuales no sabés en qué momento vas a explotar, vas a perder la noción de realidad, vas a sobrepasar todos los límites. Cuestión que busqué una  página  de venta online y  compré dos pasajes para la madrugada del domingo 5. Coche cama ejecutivo. Un viaje de menos de cinco horas.
  Se lo dije a la hora del almuerzo:
  —  Compré dos pasajes a Mar del Plata; salimos de acá alrededor de las  once.
   Uh, pero me hubieses avisado antes… Tengo que arreglarle el cierre a la mochila.
   No te preocupes— le contesté —. Llevá una sola muda de ropa y algo de abrigo, al lado del mar siempre está fresco.
  Noté esas dos líneas que se le formaban entre las cejas cuando no entendía.
   Hace tiempo que tenemos este viaje pendiente, ¿Te acordás?  Querías probar la cámara nueva…
   Cierto, la cámara nueva, ya me había olvidado…
No se habló más del viaje. Ella se puso a coser la mochila y yo acomodé mi bolso.  Documentos, dinero, aspirinas, las gotas para los ojos.
  — ¿Me prestás tu  tapado negro? — Me preguntó—, tiene esa capucha que me gusta tanto.
   Sí, claro. Yo llevo una campera.  
  Once menos veinte se escuchó la bocina del remisse.

  Mientras apagaba las luces, ella  miraba cada rincón.  Muchas de las piedras coleccionadas le pertenecían, también algunos libros y la cajita de música a manivela con  la imagen del chat noir.  
   ¿Lista?
   Sí, casi me olvido la libreta…
   Vamos…
  Como lo hacía habitualmente, ella se puso a conversar con el chofer: creía que despreciaba a las personas si no les decía algo. Llenar silencios era su compromiso con el resto del mundo. Yo revisaba mi bolso; Escuché que rememoraban  la tormenta de principios de febrero, los cortes de luz  y los piquetes de los vecinos reclamando su reposición.
“Qué va hacer, doña… Son 160 pesos”
Llegamos a la terminal. La plataforma estaba casi vacía. El micro tenía las puertas de la bodega abiertas pero nosotras no habíamos llevado valijas. Subimos. Ambas queríamos la ventanilla pero le di el gusto, total, trataría de dormirme en cuanto se apagaran las luces interiores.
Los semáforos de la avenida 44 titilaban en amarillo. Alrededor de la una estábamos subiendo el distribuidor de la ruta 2. A ella le  fascinaba percibir  la proximidad de las estrellas sobre esos  campos a oscuras. Llevaba puestos sus auriculares  con el volumen alto. La misma lista de reproducción usada cotidianamente: “ And when our worlds /They fall apart…” no sé cómo no la aburría escuchar siempre lo mismo. Poco antes  de llegar a Dolores ya estaba dormida, recostada su cabeza sobre mi hombro.
Yo no pude dormir. Del otro lado del pasillo un hombre  roncó, denodadamente, hasta Las Armas.
Llegamos pasadas las cinco y media de la mañana.  Por avenida Constitución circulaban algunos camiones de reparto, el basurero, dos patrulleros. El mar era otro campo oscuro, más profundo, sí.
La desperté. Sorprendida, se quitó los auriculares.
   Qué rápido! ¿Ya estamos en Mar del Plata?
Al bajar del micro sentimos el mar hecho viento.  
 El hotel no estaba lejos pero preferimos tomar un taxi. Otro chofer, otra conversación. Fue el turno del final de la temporada y la tranquilidad en el tránsito cuando se van los turistas.
“Son 85 pesos…que disfruten la estadía”
El lobby estaba en penumbras. Detrás del mostrador se veía el perfil de un chico frente a un monitor.
   Buenos días— dije—. Tenemos una reserva…
   Buenos días— contestó— sucede que el check in es a las doce del mediodía
   Sí, lo sé, pero pagamos  todo el día de ayer completo para poder tener un lugar donde estar cuando llegásemos.   
   Ah, entiendo. Si me permite sus documentos…  
  La habitación tenía un pequeño recibidor con un sofá cama  y dos sommiers. Corrimos las cortinas y allí estaban la playa, el muelle de pescadores, las estrellas.    
Ella sacó de su mochila la computadora. La prendió.
   ¿Qué vas a hacer?
   ¿Cómo dijo que era la clave del wi fi?
   Bristol54 pero… ¿Ahora te vas a conectar?
   Quiero saber a qué hora amanece así espero y le saco fotos al sol sobre la línea del horizonte… acá dice que sale 06.39, no falta tanto…
  La dejé  preparando la cámara. Necesitaba dormir.
Alrededor de las diez me desperté. Ella se había quedado dormida sobre el sofá. A su lado, la cámara que tanto había deseado. Por  breves instantes me dio pena. Tanto esfuerzo para ser como era…
   ¡Arriba, vamos!
   Adónde?
   Estamos en Mar del Plata, no pensarás quedarte  encerrada acá con la computadora. Caminemos, vayamos hasta la orilla del mar…
Raro no ver vendedores de sombreros, de avioncitos, de gaseosas, de helados. En la playa una pareja de ancianos con un perro blanco y un hombre bordeando la orilla del mar con un detector de metales.  
   Quisiera escribir algo en la arena…
   ¡Dale!
Escribía y pisoteaba la arena húmeda con sus borceguíes de película Burton.
Pasamos el resto del día caminando por el centro. Nos seguían llamando la atención los negocios cercanos al Casino donde la gente empeñaba sólo para seguir apostando en la ruleta relojes, anillos o cadenas, objetos que, seguramente, tenían una historia familiar; historia que moriría en la vidriera.
Las librerías de usados: otro lugar favorito. Muchos libros especialmente dedicados que terminaban en las manos de un desconocido.
Caminamos por calle Buenos Aires hasta el boulevard Peralta Ramos y por allí  hasta el  monumento de Alfonsina. Sacó fotos a las placas que recordaban a otros poetas - a otros suicidas- y se entretuvo leyendo. “Soy un pobre poeta/admiro tu poesía/tengo tu mismo pensamiento/solo me falta tu valentía. F. Minici 10-9-1990”
   ¿Qué pasará por la cabeza de las personas, no? ¿Te acordás cuando creíamos que la escritura salvaba?
Esa conservación había tenido lugar hacía ya demasiado tiempo. Y sí, en eso creíamos y en eso dejamos de creer.
Anochecía.  Regresamos al hotel para abrigarnos y salir a cenar.
Intentó conectarse a la red pero la pantalla le devolvía la leyenda “el servidor DNS no responde”.  Me pareció que era lo mejor que le podía suceder. Mientras yo me delineaba los ojos ella hizo algunas anotaciones en su libreta.
Ya en la calle, visita obligada al Mac.  Hamburguesas y  luego un helado de chocolate amargo bañado en chocolate, como le gustaba.
   Media luna exacta, ¿Viste?
   Vi… ¿Caminamos un rato? Por la rambla está bastante iluminado…
   Sí— prendió un cigarrillo. Luego de algunos pasos, agregó: — Me equivoqué, ¿No es cierto?
   Sí, y vos sabés que hay errores que uno ya  no puede volver a cometer. Te pusiste a pensar todo lo que nos costó llegar hasta acá…
   No…
   Si me pongo a indagar estoy segura de  que todavía dudas entre lo que vale la pena y lo que no, de otro modo no se entiende tus idas y vueltas arriesgando todo o casi todo por… al final ¿Por qué fue? La verdad, no me quedó claro…
   No creí que era tan grave. Te pido mil disculpas. No sé… ¿Qué puedo hacer para solucionarlo? Ya sabemos que el tiempo no se puede volver atrás pero, quizá…
No le contesté.
   Bueno, no tiene mucho sentido que sigamos caminando—, le dije.
Me miró con esa sonrisa triste que solemos poner cuando debemos aceptar lo inevitable. Se quitó el tapado.
   Te lo devuelvo, ya no lo voy a necesitar.
   No… ya no.
Se dio vuelta y comenzó a caminar por el viejo espigón. Levantó la mano izquierda diciendo adiós.  Vi su silueta desaparecer en el reflejo de la luna sobre las rocas.
                                                     ***
  Regresé al hotel. Antes de apagar la computadora le cambié el fondo de pantalla: la fotografía de sus hojas otoñales  por la imagen de la frase que ella había escrito en la arena. En la cámara quedó un amanecer perfecto. Iba a arrancar los últimos meses de su libreta pero eran una buena ayuda memoria.
Acomodé todas las cosas en mi bolso y puse su mochila- que se había vuelto a descoser-  en el cesto de basura.
Fui a la terminal a esperar un micro que me trajera de regreso. Conseguí para las dos de la madrugada. Viajé junto a la ventanilla, con los auriculares puestos y esa  única lista de reproducción.   
Quizás empiece a extrañarla pero no es la primera vez que una parte de mí debe sacrificarse  para que yo pueda seguir viviendo y, seguramente, no será la última.  

12 de marzo de 2017


sábado, 8 de abril de 2017

Performance



"¡La pregunta ante todas las cosas -¿quieres esto otra vez, infinitas veces?- pesaría como el peso más pesado sobre todos tus actos! " F. Nietzsche


Es un amanecer de otoño
los perros - en posición fetal-
atajan los primeros rayos de sol
y siguen durmiendo.
Vuelo repetido el de los pájaros
de la rama al poste de luz
y viceversa.

Tambien nosotros
no menos rutinarios
con nuestra performance
sin cámaras
ni director de escena
ni libreto.

Por un sueño inconcluso
está quien despierta y agradece
está quien despierta y maldice.
Está quien se detiene frente al espejo del baño
- cepillo de dientes en mano-
y busca argumentos válidos para las ojeras
o quien se mira a los ojos queriendo reconocerse.
Está quien descalzo
recorre el pasillo
hasta encontrar
- junto a los zapatos-
las ganas de mantenerse erguido
y está quien siente - una vez más- que no lo doblegaron.

Está quien revisa las casillas de mail
los chats
la billetera
necesitando apoyo
y está quien nada mira
dispuesto a sobrevivir sin bastones.

Está quien desayuna un vaso de agua dulce
y está quien toma tres mates amargos
todos nuestros días
esa secuencia de gestos repetidos:
la misma mueca
el mismo temblor
la misma lágrima
la misma melodía
y el mismo silencio.

Actos sin cámaras
contando con los dedos
- de una sola mano-
los argumentos.


sábado, 1 de abril de 2017