Arc Du Ciel:
BIOGRAFIA DE UNA INEXISTENCIA
A vos.
CAPÍTULO I
La distancia incierta
“Go confidently in the direction of your
dreams. Live the life you've imagined.”
Henry David Thoreau
1
El Sr. J ya lo había decidido. River Costa, el
chico de la perrita blanca - una graciosa westie llamada Vodka-, debía morir.
Solo quedaba elegir cuándo. El cómo y el dónde
no tenían opción: moriría enfermo, en un hospital. Así habían transcurrido los últimos meses de
su existencia. Ausencias obligadas por
causa de una salud frágil; apariciones fugaces desde un teléfono que luego
dejaba de responder. Medicamentos, operaciones, dolor.
El chico de la perrita
blanca sufría y sabía transmitir ese sentimiento de muerte inminente, de
desesperación ante lo irremediable de su destino.
“RE: la distancia
incierta
Mañana empieza el camino
hacia la primavera digna. Se que usted estara a milimetros de mi corazon. Que
dificil este mail…”
Su móvil comenzó a sonar. Guardó
en borradores y cerró la pc.
Atendió.
— …
— Sí, claro. Seremos más de
veinte, creo. Cenamos a las nueve y dos horas después a reventar la noche, hace
tiempo que no vamos de fiesta…
Sobre la mesa quedaban
varios folletos y un listado de amigos que dirían el presente. El 27 de marzo,
alrededor de las 23, The Goodfellows: el
power pop de Mallorca sonando en el elèctric bar.
“Cinco euros no es dinero cuando la noche promete diversión”,
pensó.
Estaba llegando la
primavera a Barcelona y con ella, el tiempo de regatas y quedadas con otros
amantes de la náutica como él. Luego el verano, las vacaciones. El mediterráneo. Todos eran excelentes motivos para terminar con la vida
de un enfermo convaleciente.
¿Por qué había llegado hasta
este extremo?
Quizá porque no le quedaban más excusas para demorar un viaje cuya
concreción, desde el mismo nacimiento de
la idea, resultaba imposible. O tal vez, ya no
lo divertía inventar penas diarias.
El chico de la perrita pertenecía a un pasado que lo aburría.
Ahora, podía disfrutar de emociones y risas verdaderas en espacios y tiempos
reales. Basta de llantos y de regatas
virtuales en habitaciones cerradas.
Retomó el borrador.
¿Cuántos mails había escrito en un complicado español sin acentos
y con faltas de ortografía? El català y el inglés se le mezclaban impidiendo
que las ideas fluyeran libres.
¿Cuántos mails había
recibido en ese raro español que usan los argentinos? ¿Desde cuándo?
“Verano del 2008”, recordó.
Algunas palabras. El sol naciendo entre los edificios de una ciudad
desconocida. La feliz coincidencia de los gustos. Melómanos con la luna en cáncer.
Ese tiempo había pasado. Ahora, era el chico de la perrita que, enfermo,
solo podía cenar cuatro galletas de cereales acompañadas por un té o un vaso de zumo.
“Que dificil este mail” repitió.
La casa olía a canalones
de setas. Era un hermoso hogar y en
breves minutos su almiranta, lo llamarían para cenar.
“Durante unas dos semanas
debere surcar muy lejos rumbos de los que rodean cerca las estrellas…”
Le gustó la frase. Llevaba bastante tiempo intentando escribir algo
que sonara poético, unas líneas que lo acercaran a ese otro mundo que también
deseaba: el mundo de la palabra. Ser un marinero poeta, quizá un Rimbaud.
También esto debía morir.
River Costa había sido sentenciado a la
pena de muerte. Pasaría a ser solo un recuerdo en algunas mentes.
Miró el almanaque. “Será
en Abril” pensó.
2
La noche de la fiesta se acercaba. Era emocionante chequear día a
día como iba creciendo la lista de invitados. Una cena previa en un restaurant
“discreto” y luego la gran fiesta. Decidir entre carne o pescado mientras
coreaba siguiendo el ritmo con la pierna derecha: you´re
my favourite drug/ my lucky way/ my lucky star.
En otra pantalla, junto a emoticones
tristes, aún sobrevivía la voz profunda de Jean Moreau, De son
nom oublié/De son corps/ de mon corps/De cet amour là/De cet amour mort.
Insostenible. El chico de
la perrita blanca le producía asco... sus pasiones y sus juegos lo enfermaban.
No era la primera vez que
intentaba hacerlo desaparecer. Yo había probado en otras ocasiones, con otros
testigos. Su deseo era desaparecer sin dejar rastros. Y sin embargo, había sentido la necesidad de
retornar con el mismo nombre y la misma historia. Un ego que le costaba
desarmar.
River Costa dejaría
sus pocos tesoros en manos de
algún hermano, de algún amigo. Una tobillera de caracolas, la remera de Kurt
Cobain, una thermomix que le había obsequiado Merce, su madre, y que aún
permanecía embalada. El móvil descargado, un libro de cuentos con tapas negras, una cinta roja, una pluma de pavo real. Objetos que en la vida de personas importantes no tenían ningún valor.
El Sr. J ya no soporta tanta oscuridad. Los brillos del Club Náutico
de Barcelona nada tenían que ver con
las mazmorras francesas que lo
obnubilaban cuando se encontraba solo. Esta vez no iba a permitir que nadie se acercara
a rescatar al chico enfermo. Nadie.
Aunque luego llorara en su memoria.
Decidió terminar de escribir el último mail antes del nuevo día.
“Me gustaria en esos
momentos una voz me lee sus cartas... aunque creen que yo no pueda oirles”
Solo por un momento se
imaginó clavando sus ojos azules en el blanco de los techos del hospital; desnudo, cubierto por una liviana sábana,
intentando murmurar un adiós. Basta. Asunto concluido. Se prometió que, pasara
lo que pasara, no volvería a escribir desde esa cuenta.
PD. Mirare hacia su hoguera
sobre el acantilado y mantendre firme el timon. Palabra de Samurai
Enviar.
Cerrar sesión.
Miró el guardarropa. Qué ponerse el sábado, ¿No? Renacer a esa
vida de fulgores y cenas y copas.
3
La salida fue perfecta. El
Sr. J y sus amigos del foro náutico habían cenado en la taberna El Glop y luego
se trasladaron entre risas y cantos hasta el Elèctric bar. Allí, los Goodfellows
dieron un show increíble como teloneros de The Gurus.
¡Qué buena noche! Fue el comentario general.
La música devolviéndoles el
aliento de la juventud. “¡Ojalá se repita muy pronto!”, dijo su almiranta,
camino a casa.
Con la resaca propia de
todo lo bebido intentó plasmar sus sensaciones en la página web del foro.
Escribió poco, casi una excusa. También revisó el correo de la cuenta de river.
“Regresá
pronto. Te espero. Juliete”
Desconectó el ordenador. Que nada ni nadie
resucite a su víctima.
Se hizo un
ovillo en la cama, y repasó el último estribillo I feel my life is foolish… My life is really
foolish
CAPÍTULO II
El sabor de las donuts en Sòller
“Don't ever tell anybody anything.
If you do, you start missing everybody”
Salinger.
1
River o r., el chico de la
perrita blanca, había sido construido con esmero. Casi con la paciencia de una
araña. Era educado, frágil, amante de la música, sensible al dolor ajeno. De
salud endeble y llanto fácil, estaba destinado a la oscuridad. Así lo había
querido el Sr. J, quien, durante varios años, lo fue exhibiendo como un
fenómeno y obligándolo a escapar cuando la
realidad trataba de iluminarlo.
r. conmovía. Sus recuerdos
conmovían.
“Naci el 9 de
Junio. Hoy le escribo desde la ciudad de la suave y triste luz de otoño que me
acoje por unos dias. Creci en S´Agaro (Girona) con mi familia. Suelen decir de
mi que soy raro, antipatico y creido. Antes me dolia.”
Así lo presentó.
“Mi nombre se escribe Heribert en català y los amigos, siempre me
llamaron river, desde 13 años mas o menos”
r. sabía transmitir la impresión que causaban
los cerezos en flor o el sabor de las donuts o el abandono de esa primera mujer
que había conocido en un bar de Cadequès,
cuando todavía podía disfrutar del mundo que lo rodeaba. Luego, había
caído en un círculo que solo le reservaba
dolor. Se enamoraba y sonreía. O lloraba
en un replay interminable de Van
Morrison. Se dejaba azotar… el alma o el
cuerpo. O ambos. No importaba.
Era dueño de un blog. y, desde
allí, intentaba comunicar sus
pensamientos, sus gustos, sus carencias. Compartía algún nocturno de Chopin, en
las manos de Valentina Igoshina y mágicamente,
regresaba a Mallorca, a la foto del piano de Federico, a las lágrimas.
Su hábitat
era una cuenta de mail “Arc_du_ciel” cuya foto de perfil mostraba a su perrita blanca. “La platja de sant pol donde paseo a vodka”,
aclaraba al enviar una foto.
La platja D´aro o Cadequès
sus lugares en el mundo.
2
r. era joven. “Una criatura con poca arena en el reloj” como le
gustaba decir al Sr. J. Un niño triste y
caprichoso mirando cómo el mar se tragaba su castillo. Un joven acostumbrado a
los acordes de un bajo y a conquistar, a través de sus ojos azules, a hermosas
mujeres. Un hijo al que su madre
pretendía casar con alguien de clase y dinero. Un amante que, sin saberlo, fue entrando en
un mundo de pesadilla.
r. volvía a esa primera vez. A esa mínima orden que su novia (mayor que él) le había
impartido, produciéndole una mezcla de miedo y excitación inconfundibles.
“Observas aquellas cerezas en la tienda… ve y róbalas para mí…”.
Quizá, el Sr. J,
había elegido anclar su personaje en
ese momento de su vida tratando de
revivir viejas sensaciones. Pero, también, formaban parte del pasado para
r. La mujer de las cerezas había elegido una vida familiar, abandonándolo a la
orilla del mar una noche de San Juan.
Ni cerezas, ni canciones ni breves aplausos.
River había perdido todo.
Muchos de sus “amigos” lo conocían por sus últimas andanzas en el
Paris de las dominatrices. Casi a diario mostraba las marcas que le había
dejado Maitresse H, despreciándolo, devolviéndole la libertad por no cumplir
una orden, por dejarla en ridículo
frente al resto de los Amos.
No siempre el Sr. J. lograba
desplazar sin errores a su
marioneta por la vida de los otros. Imposible hacerlo si en una pantalla escribía “no te alejes de mi alma” y en la
otra intentaba comprar una campera para
navegar en invierno. Imposible si se empezaba a confundir realidad con ficción
y el aeropuerto de Bilbao o el de París dejaban de ser un par de coordenadas
virtuales para convertirse en un cuerpo presente, casi al límite de la
verdad. Sin piedad, convirtió a r. en un
cobarde, demostrando que la inexistencia también está sujeta a las leyes del
karma.
3
Una partida más,
pensó el Sr. J. ¿Por qué no?
Seguía siendo divertido esconderse; sentir ese miedo a ser
descubierto. Robar cerezas. Siempre. Pero r. ya contaba con un pasado
inocultable. Justificarlo era un trabajo extra que requería de mayor dedicación
y conocimientos del ciberespacio: su verdadera habitación, su lugar en el
mundo, aunque insistiera en ubicarse a bordo del Rapsodia - un Feeling 960 propiedad de su hermano Dani,
quien le permitía vivir en él fuera de la temporada de verano- o en el Sarita de años anterior y o en el Monmar
del futuro.
r. era una marioneta que
había trabajado y vivido en varias ciudades de Europa, aunque su debilidad era
el mar mediterráneo y el trabajo en los barcos.
4
En ese punto de la historia, el Sr. J
se olvidaba del personaje. La pasión por los barcos era mayor a
cualquier otro tema de conversación.
Tanto así que inventó un trabajo de patrón de charter en Menorca. El trabajo
perfecto que le permitía “ausentarse”
por problemas laborales mientras recorría las islas con su familia.
“oh tambien tengo titulacion de capitan de yate, pero eso no es
ninguna universidad es titulo de la marina”. “De fornells a cala pregonda hay
unas dos horas a unos 5 nudos” “esta afoto es cala pregonda, es la portada de
un viejo disco de vinilo de mike oldfield, lastima que me han salido en la foto
mis gafas de sol, el mvl de no se kien y el cojin horrorosooooooooooo”
“le hice tantas fotos de delfines... todas muy muy malas pork
cuando yo disparo ellos se sumergen y siempre me kedan borrosos o solo trozo de
flipper fuera del agua” “le hice esta
foto para usted”, “hoy gaste 8 euros he comprado una tobillera de caracolas de
mar
la llevo atada a mi tobillo derecha deseaba tener algo que me
atara a usted” “asi se ve la luna en la escotilla”.
Los instantes en los que el Sr. J y river eran la misma persona
comprendían el mar y la música; quizá los únicos que, realmente, le generaban
algo así como la verdad del alma. .
Cuando terminara la
temporada, hacia fines de Agosto, tenía planeado un viaje a la argentina.
“10 de agosto ya amarrado a tierra voy a pasar por la oficina a
entregar llaves, rellenar impreso con las consideraciones que hay que repasar
del barco y tengo todo el dia libre ire a buscar nuestra información para el
viaje!”
5
¿Cómo postergar esa promesa imposible?
Eligió enfermarse gravemente. Hizo que river regresara
a Barcelona en pésimo estado de salud y con una bolsa de colostomía que le
impedía salir a la calle.
“mi pc lo lleve a reparar debia pasar a buscarlo reparado el lunes,
un lunes de agosto era pero ya no pude
ir, en el uci no permitian el cel le escribi a mi hermano dani en un papel k le
envia un sms sabía k esto iba a pasar estoy
en la casa de repos en auvinyan” “las
cosas mal son: noo puedo ya comer tengo una via para alimentar sobre mi brazo izquierdo
tengo una bolsa de plastico color feo pegada mi piel, con tubos k me entran a
mi dentro no recuerdo kien me lo hizo esto y ayer y hoy mis piernas estan muy
hinnchadas las cosas buenas son: tengo
un jacuzzi para kiza tres personnes unaa hermosa habitacion con ventanas no hay
mar, hay montañas.. y un rio bajo mi ventana. Oigo el agua”
Atrás quedaba el viaje y
la posibilidad de encontrar otro camino.
De septiembre a febrero, river entraba y salía de los hospitales.
Su hermano lo ayudaba prestándole nuevamente el Rapsodia pero no había posibilidad de mejorar su salud.
El Sr. J lo envolvió en papel albal bajo la mirada de doctores y enfermeras. Lo hacía soñar pesadillas,
tambalearse, llorar. Todo era esfuerzo y fracaso. Noche tras noche, dolores y
medicamentos. Para él, r. era un inválido, un inútil, un hombre al que le
habían perforado el intestino y debía arrastrar una bolsa junto a su cintura.
Del hospital (“yo kiero k me kiten la makina…los tubos… yo solo deseo volar…”)
al barco prestado, sin futuro posible.
Demasiadas horas para un
solo espectador, pensó el Sr. J, saboreando el humo de su cigarrillo en las
afueras del Salón Náutico luego de una maravillosa cena con amigos, sin reparar
que era demasiada tristeza la que caía bajo la forma de lluvia a 11.000 kilómetros del hospital.
La última esperanza era una operación de muchísimo riesgo a fines
de marzo.
Pero el Sr. J, hacedor de destinos, sabía el resultado. River moriría pocos días
después por causas postoperatorias.
El cadáver quedó congelado esperando el
regreso del titiritero, quien navegaba
junto a varios amigos rumbo a Formentera.
La felicidad que le produjo la regata Ophiusa apenas se vio opacada por
la aparición de unos delfines que le trajeron a la memoria el trabajo
pendiente: ¿Cómo difundir la noticia de la muerte?
Sería la Pascua de la no
resurrección.
CAPITULO III
Como un focker
perezoso
"It
is not down in any map; true places never are."
Herman
Melville
1
La ciudad de La Plata estaba situada a 11.000 kilómetros de
Barcelona, cruzando el océano Atlántico. Era la capital de la provincia de
Buenos Aires, en Argentina, y había sido fundada a fines del siglo XIX.
Hasta allí llegaban los
mails y la voz en el teléfono. Hasta ese lugar debía viajar River en cuanto
juntara el dinero.
Un comentario sobre alas de
aves marinas y la música de Rammstein, fue lo primero que recibió Juliete a través de una página literaria. El libro de
arena. Uno de los tantos mundos virtuales donde todo tiene otra dimensión.
Paraísos de artificio que sobreexponen a las mentes en una infinidad de
sensaciones elaboradas sin el correlato de la brutal realidad.
River estaba allí, en
algún lugar de Barcelona. Era una voz y un juego de letras. Un barco, una
perrita blanca de collar rosa.
Horas y horas a destiempo
que, sin embargo, sirvieron para crear un vínculo bello y doloroso. Los meses de “enfermedad” que el Sr. J obligó a padecer a su personaje fueron reales
para ella. La tristeza de no poder hacer nada para mitigar el sufrimiento de la
persona querida. La impotencia ante un
destino que se había empeñado en lastimarlos. Le propuso viajar. River se negó
aduciendo que no sabía si al momento del encuentro iba a estar bien… o tan
siquiera vivo.
“El final es solo para mi y
no permitire k tome mi mano junto a una cama de hospital y tubos”. Las
palabras, sin atenuantes, se deslizaban
frente a la pantalla.
La posibilidad de esa
operación y una nueva primavera “digna”
la ilusionó.
Juliete esperó pacientemente. Escribió un mail día por día.
“15 de Abril. Llueve aún
por estos rincones. Me pregunto cómo estarás... Se extrañan tus rosas. Espero.”
“Atardece en esta ciudad. Releo mails. Este es el número 201 que
te envío. Escribiré mil más hasta que vuelvas o hasta que otro cielo sea más
gentil con nosotros. La vida nos ha costado mucho rvr...Espero una sonrisa y una rosa. Siempre.”
“Esperé todo el día. Confiaba en que vendrías pero no pudo ser. No
importa. Habrá otros 23 de abril. Un jardín de rosas y la biblioteca de
Alejandría para tu alma.”
El único teléfono al que
podía comunicarse daba apagado o fuera del área de cobertura. Nadie escribía.
¿Cómo saber qué
había sucedido?
2
Primavera en Barcelona y el Sr. J, apasionado por los juegos
virtuales, corría regatas desde su ipad
y soñaba con su propio Feeling o
su Bavaria. No más mundos paralelos, se
prometió. No más mails
con los nervios de un Baudelaire desnudo
mientras su esposa acomodaba la
ropa planchada para viajar rumbo a
Menorca.
Prosiguió con su plan.
Lo que había nacido en la web debía morir en la web. El chico enfermo… tras una larga agonía…
Pondría datos fácilmente reconocibles, alguna frase, alguna
canción favorita. Un blog., sí: river costa “En memoria”.
Entusiasmado, copio frases e imágenes de otros blogs. Leyó por allí
“dejó este mundo” y “cruzó el
umbral”. Le gustaron. Copio y pego.
Cambió nombres y fechas.
Utilizó fotografías de otras personas aclarando, al pie, datos de su
vida virtual. Tarea cumplida. Pensó que nadie tomaría en
cuenta los detalles de la publicación, quizá porque ni él mismo se creía
merecedor de atención.
Declarado oficialmente muerto a través de un blog. de google, el Sr.
J solo se limitó a contabilizar el número de visitas. Resultaba suficiente que
dos o tres lo leyeran.
En tanto esperaba, imaginaba su propio funeral cuando alguna
persona de su pasado descubriera la noticia.
Juliete encontró el blog.
hacia fines de ese año. La página confirmaba la sospecha. Reafirmaba la pena.
Convertía el amor que sentía por r. en un imposible.
Las preguntas surgían
desde cada una de las palabras escritas por una tal “Blanca de Sant Pere”. No
se admitían comentarios ni existía la posibilidad de comunicarse con ella.
¿Cómo? ¿Dónde encontrar su tumba? ¿A
quién preguntar?
Lejos de su creador, r. se
convertía en una memoria, algo así como una sombra recorriendo el muelle, para
los que nunca supieron que era solo un títere, un juego. El chico de la perrita
blanca había regalado parte de su mundo y no pocas personas seguirían
recordándolo.
3
El Sr. J se había desecho de un muerto pero Juliete necesitaba
encontrar ese cadáver, así fuesen
cenizas, solo palabras, viento. ¿Cómo saber de esos momentos finales? ¿A quién
recurrir? ¿Dónde - llegada la
oportunidad- poder acercar una flor?
Además existía una deuda: r. había pedido ser el protagonista de
una historia. “Deseo ser el equilibrista, un chico fuerte, valiente, que camina
entre las torres de la catedral, a 54 metros sobre suelo”; tener el coraje que el Sr. J jamás le había permitido.
Solo quedaba armar una red
de nombres propios, detalles, circunstancias. Buscar, con la convicción de que
las miles de palabras dichas en
infinitas horas eran ciertas. Que en el Tanatori de Girona o en
el Ronda de Dalt había una tumba con el nombre de Aribert/Heribert Costa.
Guías
telefónicas, listas necrológicas. El nombre escrito una, dos, cien veces.
Nada. Solo ese blog, con comentarios
cerrados, con una autora sin perfil. r. merecía otra despedida, merecía una
memoria.
CAPÍTULO IV
Como robar cerezas
"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por
improbable que parezca, debe ser la verdad."
Sir Arthur Ignatius Conan Doyle
1
Currar en Barcelona. Pasear
con la almiranta y su perrita. Lograr, al fin, ese barco propio que
siempre había soñado. Diseñar otros
personajes sin karma (aún).
Mientras el Sr. J festejaba
los goles del Barça o seguía por televisión las acampadas en las principales
plazas de España, Juliete volvía al origen y descubría, no sin asombro, que todo el blog. del fúnebre anuncio era
una copia. Todo allí pertenecía a otros sitios. Fotos, párrafos enteros,
referencias. Copiar y pegar. “r. en el Eclèctic bar” no era otro que Michael
Pitt tocando su guitarra.
¿Cómo no verlo antes?
Siguió buscando entre sus
recuerdos y cotejando fotos, frases, lugares. Y descubrió que las mentiras no
solo se limitaban a esta etapa final de la vida de r. sino que cruzaban, como
cuervos, cada una de las conversaciones.
Familias que no eran su familia. Salas y habitaciones que pertenecían a otros
mundos. Barcos con dueños verdaderos que
jamás habían albergado a un chico con una perrita blanca. El Sr. J había
fallado.
Juliete se sintió estúpida
y estafada. Recordó pequeños indicios de
mentiras que, en su momento, no había
querido tenerlos en cuenta porque no buscaba certificar mentiras; simplemente
se satisfacía compartiendo partes de su vida con alguien parecido a ella más
allá del océano.
Todo era una enorme
mentira que se propuso olvidar. Sin embargo, necesitaba encontrar ciertas
respuestas.
¿Algo podía ser verdad?
Sí. Algo podía ser verdad. Podía ser verdad el amor que este
personaje sentía por su perrita, a la que nombraba de modo constante, a la que
paseaba por el muelle, la que saltaba al ver delfines o atunes cuando navegaban.
Podían ser ciertos algunos
nombres de viejos marineros, como Quim, Jordi, Urtzi, Oriol, Pep, de esos que
se mezclan cuando uno comenta la simpleza cotidiana. Algunas fotografías
enviadas, quizá, en momentos de absoluta locura. Podía ser verdadera la música
que prefería - marca imborrable- aunque solo se tratara de un producto de la mente del creador de r. Y el
mar. El mar era verdadero.
Que r. estaba muerto era un hecho. Que su creador andaba por las
calles de Barcelona, también lo era.
Juliete tomó varios caminos y todos la acercaban hasta el borde del mar mediterráneo, hasta
los puertos y las calas de Menorca y los rizos y el nombre de los vientos.
Y allí encontró a Sr. J,
chistoso, preparando su próxima regata, rodeado por un mundo que ella conocía
por referencias, exhibiendo algunas de esas fotos que contaban con una memoria
común. Música, barcos, personas. La
perrita blanca con su collar rosa.
2
Juliete lo encontró y como un fantasma, como uno de esos fantasmas
que asustaban a r. en las noches de invierno, lo saludó, esta vez en su
mundo real, con su nombre real, a través
de un breve mensaje en un foro. Ya no eran necesarias las preguntas. Todo
estaba allí, a la vista.
“Disculpá que utilice este medio pero no se me ocurre otra
posibilidad más directa. Necesitaría hacerte una o dos preguntas
definitivamente fundamentales para cerrar una larga historia. Sé que sos uno de
los pocos que puede aclararme el pasado. Desde ya mil gracias”.
La respuesta fue tan o más
cobarde que la supuesta muerte. Primero
una denuncia a los administradores de la página web. Luego una invitación:
“Comenté el tema del mensaje con amigos y mi mujer y a ella se le
despertó la curiosidad por el mensaje así que se lo enseñe. Cual fue nuestra
sorpresa al ver que la foto de tu avatar es una foto tomada por mi mujer hace
unos años, por eso dimos aviso a los administradores del foro. Para no
contactar por este asunto aquí podemos ponernos en contacto a través del chat
de Cryptocat, para poder hablar contigo y aclarar este tema. Te esperamos esta
noche en la sala lobby con nick Taberna"
Esa noche, el Sr. J dijo
no entender qué sucedía. Juliete le
explicó cómo había obtenido la fotografía del avatar: una remera de kurt Cobain
colgando del candelero de un barco, que river le había obsequiado. Todo fue
negar, no entender, ocultarse.
El creador del chico de la
perrita blanca huyó a refugiarse en ese
mundo que creyó verdadero; huyó llevándose las herramientas para seguir
fabricando víctimas. Y allí se quedó sin volver a escribir ni una sola palabra, quizá con esa
sensación de robar cerezas…
Pero su lugar, lo ocupó su
almiranta, quien pasó a formar parte de la historia…
SEGUNDA PARTE
CAPITULO I
Un tal Quim
“La
persona que llega a tu vida siempre es la persona correcta”
1
Espacios. La vida va
creando diversos espacios según la necesidad.
Tiempo atrás, considerar
la virtualidad como un lugar más de interacción entre los humanos era una
locura propia de antisociales que no se atrevían a mirar al mundo; solitarios,
depresivos, psicóticos. Hoy, el ciberespacio no es un lugar menor; es el mayor
estado del planeta. Las redes sociales son un sitio cotidiano, como el
dormitorio o la cocina o el vagón de un tren.
Cuando Juliete encontró el
mundo de river entre las letras del Sr. J intentó buscar excusas que
minimizaran la realidad.
¿Qué deseaba?
Que river hubiese
existido… que la presencia del Sr. J
confirmara un mundo doloroso pero cierto. Algo así como el heredero de
su perra blanca, sus libros, sus discos, su guitarra o su bajo. Que se tratara
de un hermano, tío, primo, amigo con el cual se pudiera compartir una memoria.
Con ese fin escribió el
mensaje en aquel foro. Con ese fin accedió a una conversación de “tres” en un
chat encriptado. El Sr. J y la almiranta,
del otro lado del océano, aseguraban que las fotos se las habían robado del
ordenador; que quizá un tal Quim era el autor de este extraño personaje. Que no había muertos y que la perrita blanca
siempre había sido de ellos.
2
El usurpador de la vida del Sr. J conocía todos los detalles, los
nombres propios, las situaciones. Navegaba y se conmovía con la música como lo
hacía él… y como en su momento lo había hecho river, en Valldemossa, frente al
piano de Chopin.
“Raro que roben situaciones exactas de tu vida y que a nadie
parezca importarle”, pensó Juliete, pero allí estaban ellos leyéndola,
inmutables, a 11.000 kilómetros de
distancia y a millones de años luz del pensamiento.
Quim, el famoso “quim” del
mundo de river, era un patrón de chárter que nada sabía de Melville o Kayyam.
El primer acusado por la pareja nada sabía de arc_du_ciel. Como tampoco sabía
nada de él el verdadero dueño del
Rapsodia.
Otra vez silencio que se
llenaba con nuevos datos y punzantes paralelismos.
Tiempo después de esa conversación, la
almiranta le envió un mail, asumiendo la función de defensora con el objeto de apartar
a su esposo de esta red de mentiras.
“La verdad me
preocupó tu noticia sobre la foto porque me la crei. Con atencion fui revisando
enlaces, datos y fechas que facilitabas y muchas piezas encajaban, pero el
conjunto hacia aguas.” Escribió.
Juliete creyó que, una vez más, era el titiritero
burlándose de ella.
3
Según la Almiranta el “asunto” había sido olvidado por el Sr. J.
Estaba clarísimo: ¿A quién
le importa que otra persona usurpe
fotos, mascotas, amigos, familia, en tanto no use el nombre propio, no?
Que el Sr. J era una de esas personas “que durante años mantienen
el respeto de una comunidad más por sus hechos que por sus palabras” como
afirmaba la almiranta, nadie lo dudaba. Seguramente, la posición social de su
capitán era clásica, católica y maravillosa. Una de esas familias felices que comparten el
día a día con una sonrisa, el coche en la puerta, la casa en la montaña y el
pago de impuestos.
Sucede que el paralelismo
entre la vida de su capitán y la historia contada por river Costa era tan
brutal que nadie hubiese podido pensar que eran dos personas diferentes. Quizá las
dos juntas podían descubrir al impostor y liberar al sr. J de esta confusión.
“Y el mes pasado dedique un
tiempo del que apenas dispongo a intentar atar cabos entre tu historia y la
conexion con mi camara.”
“atar cabos” proponía la
almiranta, mientras desataba los cabos
que había atado Juliete.
Era un hecho. Nadie llega a nuestra vida por casualidad.
El Sr. J mirando desde la proa otro horizonte dejando atrás lo que
ya no necesitaba.
CAPITULO II
Koufonisi
Lo que sucede es la única cosa que podría haber sucedido
1
La almiranta también buscó su lugar en el
ciberespacio. Koufonisi, fue el nombre elegido; una isla que “algún día”
conocerían. Desde allí mantenía un mínimo contacto con Juliete.
Quim dejó de ser un posible autor del personaje. La
almiranta reconocía que “basandome en lo poco que me dijiste de ti y tu forma
de expresarte, no encajabas en su tipo de mujer”. Quim quedaba fuera de la
historia. La foto de la remera de Kurt Cobain en el candelero seguía siendo de
ella y Juliete la habría hackeado de su pc.
La almiranta respiraba a
través de un lenguaje informático y defendía su lugar en la historia desde una
posición objetiva. La virtualidad no tenía incidencia en la vida real. Tampoco
la poesía o la música. Juliete no
existía en su mundo. Y punto.
Sin embargo siguieron
intercambiando mail a pesar no encontrar un punto de acuerdo.
2
En uno de esos mails y como
por arte de magia, apareció en este mundo extraño construido con bits un cuarto
nombre: Bandini.
La almiranta aseguraba que Juliete no había entendido muchas
cosas. Este tal bandini cruzaba la historia haciéndose cargo del robo de fotos,
de los veranos, los amigos, la mascota. El
Sr. J no sabía nada de él por eso ella pedía reservas.
¿Un amante de la almiranta? ¿Un amigo? ¿Un socio? ¿Quién era este
“bandini” que caminaba los pasos del Sr. J con tanta impunidad?
Para ella era un asunto mínimo o así lo quería dar a entender, obviando
el dolor que bandini o Sr. J o vaya a saber quién había provocado.
“Estas acusando al Sr. J de haberte enviado a ti flores fotos o
musica? O ya incluso intuyo que a Phantomhive, pero de hablar de nuestra perra
o de nuestro verano como suyos?”
Juliete no acusaba, buscaba
explicaciones. Buscaba la verdad. Y la almiranta no era nada ni nadie en este
entramado de mentiras. Pero sabía más de lo que decía.
Cada mail traía una nueva
intriga, una excusa imposible y una dosis de soberbia irremediable.
“Tantas horas navegando podian haber iluminado la idea de pescar
viajes, una casa en la montaña, un barco?
Mundos opuestos. “bandini” en el centro.
3
La almiranta calificaba “verdad de dígitos” lo que para Juliete
era la verdad a secas. Según la vocera de Bandini, todo se reducía a la necesidad
de un relato que “cerrara” una historia
a gusto, como si descubrir tan cruel realidad fuera algo que puede desearse.
Sin vergüenza, eligió
ponerse en el lugar del maestro que enseña el camino de luz. “·Intento un paquete más accesible”,
escribió, “Algo como si tus datos te condujeran a un puerto de entrada correcto
pero te equivocaras de authentificacion al llamar. Solucionado: Te faltaba mi
value hasta a./r.”
Todas las
conjeturas de Juliete eran falsas. “Enrutaba equivocadamente” Los “meta”, como los llamaba, la llevaban a un lugar equivocado. Eran sus fotos, la música y los pasos de su capitán. También su pc. Solo que el camino no conducía hasta el Sr.
J.
“Si un dia la 14 pasa cerca del Pisuerga, si donde tu Sr. J no es
mi Sr. J sino nuestro Bandini o tu r. el showdown de cartas pasaria por
tomarnos un café. Vendria el viejo as
que guarda una guitarra sin proxy y unos ojos sin el color agua de Sr. J. Tal
vez tu traerias sus caballitos de mar, su alma a 54 metros sobre el mundo.”
La almiranta presentaba a Bandini o Alex, el usurpador de la vida
de su esposo, y ofrecía algo imposible porque los caballitos de mar y el alma a
54 metros de altura había muerto el
mismo día que arc du ciel.
CAPITULO III
Barcelona
Cualquier momento en el que algo comience es el momento correcto.
1
Todos de acuerdo: River
Costa era solo un nombre según la pantalla.
Eso propuso la almiranta. En su pantalla era alex y tomaba
prestada la vida del Sr. J. para actuar en la pantalla de Juliete. Hasta allí llevaba las historias de barcos y calas
y la luz de otoño del “Jules” de Renoir.
Arc du ciel sobrevivía en la memoria precisamente por todo lo que
había robado de la vida del Sr. J. y por todo lo que había ocultado de esa
misma vida. A ella, por ejemplo.
Mientras el capitán dormía
o estaba distraído, Bandini o Alex o el difunto river sacaban a pasear a la
perrita blanca o se colocaban los anteojos de sol para no mostrar sus ojos o
ponían un disco de Neil Young.
2
Fue una llamada telefónica
la que le puso voz a esas letras… “Estás en Barcelona?”
Era ella, la almiranta, la
mujer del Sr. J, la interlocutora de bandini. La que sabía la verdad y la
callaba.
Juliete tenía ese viaje pendiente desde el verano que vio las
fotos de Mallorca enviadas por river. Conocer ese piano que alguna vez había
tocado Chopin. Ver el azul del mediterráneo.
Sabía que no existía la posibilidad de encontrarlo cara a cara - esas
cobardías no se deshacen jamás- así que planificó su viaje tratando de olvidar
lo que alguna vez había soñado.
En una de su caminata por el centro de la ciudad, tomo un autobús
hasta el parque Güell. Gaudí y el otoño de una ciudad al borde del mar. Subió
al mirador y, mientras tomaba fotografías hacia todos los puntos cardinales
escuchó una guitarra y una voz que entonaba “tu divina presencia Comandante Che
Guevara"… Recordó las veces que
había conversado con river sobre el Che.
La sonrisa del Che.
Juliete le envió
una foto a la almiranta con un simple
texto: “Tienen un hermoso rincón del mundo... Hasta la victoria, siempre.” La
almiranta le contestó “benvinguda” y
propuso que se conocieran en algún momento y hablar.
De
encontrarse… qué podían decirse.
3
La almiranta proponía conversar sin baterías
ni internet, “y despedirnos brindando.”
“Estoy buscando
en las cajas mi vieja camiseta de Kurt.”
Idas, vueltas.
Lluvias sobre Barcelona. Un encuentro que no fue. Un encuentro que suponía
decir la verdad pero… ¿Qué verdad? ¿La
de quién?
Plaza del Pi,
Plaza Catalunya, el MWC, la navidad llegando a las grandes tiendas del portal
del Ángel.
El viaje llegaba
a su fin. Juliete ya había cerrado la maleta. Miró hacia el callejón… gotas de
lluvia y una silueta. “Había soñado muchas veces con cruzar el océano hasta ese
Mediterráneo alguna vez compartido con alguien que solo supo mentirme”, escribió.
“Se me caen las lágrimas... por suerte vuelvo a casa con un montón de historias
para contar que nada tienen que ver con el dolor. No soy una mala persona... no
sé por qué lastimarme así.”
11.000
kilómetros volverían a separar los mundos de Juliete y la Almiranta.
CAPITULO
IV
Caracolas
“Cuando algo termina,
termina”
1
Juliete no pudo encontrarse
cara a cara con la mujer rubia que la
buscaba en la recepción del hotel. Regresó a
Buenos Aires sabiendo que ella tenía la clave.
Puede decirse que la almiranta la entretuvo alejada de su mundo, disfrazando la
realidad. ¿Acaso, de haberse visto
frente a frente, le hubiese dado pruebas
de la existencia de Alex o bandini?
“desenrutar” al Sr. J.
Juliete aceptó y leyó cada
una de las frases que la almiranta envió a través del chat. Alex vivía en algún
lugar… y casualmente, había desaparecido
del “mundo” el último verano.
Las brutales coincidencias
eran solo un intercambio entre tres. El
Sr. J vivía al margen de toda esta historia, repartiendo su vida entre la
comunidad, su trabajo y su barco.
Algo así: el Sr. J.
escuchaba La Mer, y le transmitía su emoción a la almiranta. La almiranta la
compartía con Alex/bandini y él, en su rostro de river se la enviaba a la “amada”
de turno. Lo mismo con los rizos o los
vientos sobre el mar.
“Ordenar los datos aleatorios”, exigía la
almiranta.
2
Ella sabía que Juliete no mentía y que no
había un interés económico de por medio.
Juliete confirmaba que
había llegado a la puerta de la verdad. No había más juego. El ajedrez que
tanto apasionaba a river y al Sr. J y, por qué no, a alex/bandini, se había
convertido en un tablero fantasma. Un cementerio de antiguos actores desangelados,
siluetas miserables de otros tiempos, incapaces de volar ni con alas prestadas.
Alguna conversación más.
Desenrutado el Sr. J. muchas situaciones eran
solo atribuibles a la pura magia. Un abracadabra milenario. Un truco; Pero la
almiranta seguía insistiendo en la capacidad de alex/bandini para vivir la vida del Sr. J.
No quedaba ninguna opción: cerrar el “dialogo” era cerrar una
historia dolorosa de infinitos matices y crueles certezas. Bellos albatros convertidos en
tristes curvos desplumados.
Juliete Escribió:
“Estuve pensando sobre lo
dicho en nuestra última conversación. Lamentablemente
descubro que nunca signifiqué nada para el creador de r. En ningún sentido. Una más… un rato más… (Y
se me siguen cayendo las lágrimas… pero ya pasará). Te contaba que tengo
cientos de líneas escritas dedicadas a
él. Cuando dejó de escribirme con esa “distancia incierta” seguí enviándole
pequeños mails para que supiera que estaba allí, esperándolo. A fines del 2010
descubrí ese blog. de En memoria… Yo
sentí esa muerte. Lloré esa muerte y padecí la incertidumbre de no saber qué le había pasado. Di por
clausurada la habitación para almacenar
cerezas (que era de ambos) y comencé a escribir diálogos para una despedida. El
último texto es del 2012… Tiene una canción de Vinicius de Moraes ( Sem Voce, yo sí soy melómana) y un breve
texto en el cual, tras descubrir varias mentiras, aún creía que me había querido un poco. Pensaba
en las personas y los personajes… Creía que había una persona llamada Heribert
Costa… y creí que r. (o rvr como solía
llamarlo yo) era uno de los personajes más adorables del mundo. Una fuente
maravillosa de palabras. Quizá te parezca que ofrecí poco. Las palabras son mi
mayor tesoro. Ese era el pacto. Eso cumplí. Me dijiste que el creador de river
no navega el mediterráneo ni pasea pequeñas mascotas; ojalá haya sido
solo una actuación y eso no le importe porque me apenaría… Me dijiste que el
creador de r. no está enfermo… Habiendo sufrido tanta enfermedad y tanto dolor
por estas tierras, eso me alegra.
Quizá uno muera sin saber lo que ha significado para otros.
Quizá a los otros no les importe saber lo que sentimos por ellos.
De todos modos, sé que el
creador de r. siempre supo dónde encontrarme y no lo hizo… Ahora tengo bien en
claro que no he significado nada. Encontralo…
Encontralo y decile, por favor, que mi amor era verdadero aunque
solo estuviese sustentado por palabras; palabras entre las que se encuentra
MAÑANA la palabra de Jack… Y él sabe que mañana significa Cielo.”
Epílogo
En música, los silencios son tan importantes
como los sonidos.
Quizá Bandini, que robaba con
tanta maestría los instantes de la vida del Sr. J, pueda crear algunos acordes matizando tantos
silencios y así convertir esta historia en una canción.
Ellos tienen la
llave. Juliete, la verdad. Y la verdad nunca es una victoria menor.
Mientras la almiranta y el
Sr. J se preparan para las nuevas regatas, Juliete imagina su
próximo septiembre, a orillas del Mediterráneo, deshaciéndose de todas las
palabras.
Llegará ese instante.
Lástima que la almiranta no le haya obsequiado la tobillera de caracolas que
lucía en su pierna derecha ese verano en Menorca y que, quizá, aún conserve como
recuerdo; tobillera que sí le había ofrecido arc_du_ciel a través de una fotografía con un
imponente faro de fondo.
Sería todo un símbolo arrojarla al mar. Algo
así como poner una rosa sobre la tumba de river costa, aunque nunca sepamos
quién fue el verdadero muerto.
FIN
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