14 de noviembre-05 de
diciembre de 2014
Nada de qué huir.
Ningún fantasma.
La brevedad que soy cabiendo
en la mochila.
Cerrar la puerta de la
fortaleza por 21 días, a pesar del ruego
de mi almohada que se presiente sin sueños; a pesar de los ojos de mis perros…
Un viaje. Borrar los límites de
mi pequeño mapa incluso desmarcando las zonas de soledad, abismo o locura.
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Plaça
del Pi, Ciutat Vella, Barcelona. Sábado 15 de noviembre.
Todavía
con el azul mediterráneo visto desde el cielo en algún hueco de la retina, miro
estos muros. Imagino siglos de lluvia refrescando la boca de las gárgolas; El
eco de los cascos de los caballos; las súplicas de algún mendigo. [Imagino porque sé tanto de este lugar como él
sabe de mí]
Hay
una feria de artesanos y algunos ojos saltando de souvenir en
souvenir. Inevitable que despierte el
recuerdo de San Telmo. Pero no. 12.000 kilómetros
y el aroma de castañas asadas nos
separan.
Las
voces que trepaban hasta este pequeño balcón [mi balcón en este instante] se
van alejando por los callejones.
Queda
el silencio y las palabras de un sueño entrecortado.
Amanecer
con la luna conocida y una bandera por
conocer.
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Camino hacia la orilla del Mar, Barcelona, 16 de noviembre.
Camino hacia la orilla del Mar, Barcelona, 16 de noviembre.
Creí
que los recuerdos de lo imaginado se borrarían; Ahora sé que no sucederá. Lo no
vivido se completa con un número casi infinito de detalles.
Andando
por pequeños callejones uno puede encontrarse con:
* Los
aplausos del público en el Palau de la Música catalana tras oír
“Azulejos” de Albéniz terminado por su amigo Granados.
* Los
restos del grafito dejado por Picasso y sus amigos de Els Quatre Cats.
* Una
“Barcino” desempolvada que conserva en sus ánforas el sabor de la Roma augusta.
Una
de mis guías es una hermosa pequeña catalana llamada Abril que en perfecto
español me cuenta:
- No
se puede cambiar una sola oca. Si alguna se enferma o muere hay que cambiar a las
restantes si no lastiman a la nueva hasta matarla.
13 ocas
en el patio de una Catedral. Historias.
Entre
el cielo y el infierno: gárgolas expectantes y bloques de piedra con la memoria
grabada.
- El
mar está cerca- dice mi guía. Y hacia allá vamos.
“Mi” puerto
de Barcelona no tenía esa montaña como telón de fondo. Ni ese Colón indicando
un camino. [Ahora sí]
“Mi”
Mediterráneo sí era tan azul como el que veo.
¿Las
huellas en la arena? Mi nombre y los pasos amigos.
Lo
que debía ser.
P.D: Muchísimas gracias a Gema y su pequeña Abril por la maravillosa compañía.
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