sábado, 7 de julio de 2018

Trip: una ruta sobre la superficie de los cuadros.










Rostros desconocidos indagando el engranaje de un reloj. Afuera, sol de invierno.
 Pararse frente a un cuadro y sentir la textura del óleo aún sin poder tocarlo.
¿Miles de kilómetros solo para eso?
Sí.  Miles de kilómetros nada más – y nada menos- que para eso.
Trato de recordar. ¿Cómo llegué a esta fascinación? ¿Cuándo empezó este delirio de sentirme parte de un mundo ajeno?
¿Fueron los girasoles o los cuervos? ¿Fueron las cartas a Theo? ¿Fue la tristeza de esas sillas en una pieza alquilada?  ¿Fue Kirk Douglas suplicándole  a Anthony Quinn en esa vieja película de la Metro?
- Por favor, Paul, no te vayas, si supieras lo solo que estaba antes de que vinieras…
- Conozco muy bien la soledad, solo que yo no me quejo.
  Los museos más importantes, un formidable merchandising, millones de euros, millones de ojos y, sin embargo, Vincent jamás dejará de ser el holandés, loco y pobre que lloraba al pintar.
Hoy me duermo a orillas del Ródano contando las estrellas de una Osa Mayor que sólo existía en la imaginación de Van Gogh. Despierto, y las estrellas siguen allí. Es una simple copia sobre cartulina pero qué importa.
¿Cómo llegué a esta fascinación?

Museo de Orsay, marzo 2018