A mis compañeros fotógrafos, por haberme apropiado de sus historias.
¿La memoria? Dos ficheros metálicos. Cinco hileras de diez
cajones. Miles de negativos cuidadosamente doblados, ensobrados y numerados.
Algo así como la prehistoria de la oficina. Ahora, se agregaron dos
computadoras preparadas para contener pesados archivos .jpg con sus respectivos metadatos; la historia actual.
Los cuerpos de las Pentax
k 1000 son como esos viejos cacharros abandonados en el fondo de la cueva,
mientras las Nikon digitales recargan
sus baterías. Memorias.
En ningún lugar, Esteban o
cualquiera de los otros neandertales, moviendo el lente de izquierda a derecha,
tapando el sol con la mano o rogando para que los piojos de la mujer muerta
-que van abandonando la enmarañada cabellera- no salten hacia ellos.
En ningún lugar, Marcelo
saludando por última vez.
― ¿Todo lo que no sale en las fotos, dónde se guarda?
― Ni idea, ¿Para qué querés guardar tanta mierda?
― Quién dijo que quiero…
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