martes, 14 de junio de 2011

Nunca estuve con Borges

17 AGOSTO, 2007




Nueve meses antes de que muriera, le hice un reportaje a Borges. Fue en el departamento de la calle Maipú. Supongo que estaban Beppo, el gato, y Fanny, el ama de llaves. Fanny me hizo pasar y al ingresar, de reojo y por la puerta a medio entornar, vi la habitación y la cama que había sido de la madre de Borges, doña Leonor Acevedo. Pulcra y tendida, con un edredón rosado al medio, como una tumba de dos plazas. Con olor a matrimonio percudido, algo así. El viejo se asomó balbuceante y me extendió una sonrisa, los dedos de filamentos. Lo tomé del brazo. Tenía las comisuras húmedas y un bastón radiante, que extendía con ingravidez. También algo de rancia nobleza en cada uno de los gestos, en la solapa del traje oscuro, en la manera de sonreír al bies. No se manifestaba torpe, al contrario. Pero sí disfrutaba de mostrar instantes de indecisión. Pensaba y evocaba en vivo, con dilatada sabiduría, titubeando ante sus propias palabras. El fraseo: imaginé que doblaba las páginas de una ajada enciclopedia en un día de viento, avanzando y retrocediendo, leyendo por tramos. Hablamos. Le hice preguntas idiotas, respondió cosas bellas. Transmití de ese encuentro un pésimo reportaje, ostentoso, inteligente quiero decir. Se extendió en Almafuerte, en López Merino, en poetas de La Plata, mi ciudad, que yo hasta ese entonces buscaba negar. Hoy amo a Almafuerte, sigo negando a López Merino. Seguro que nunca lo querré. Borges habló luego de unos versos de Evaristo Carriego, desmintió a Kafka y también se mostró interesado por Menéndez Behety, otro de los poetas fundacionalmente vinculados a mi ciudad. No sé qué le dije de la poesía de Menéndez Behety. Algo ignorante, seguro. Luego Fanny le acercó una taza de té y el viejo la bebió lamentablemente, con sorbos como chasquidos. Me despedí, preguntó por el origen de mi apellido, y ya no recuerdo qué dedujo. Una etimología vulgar, seguro. La olvidé. Eso fue todo. Ni una miserable foto del encuentro. Ningún otro recuerdo memorable. Nada para destacar. A los cinco días reproduje en "El Día" un reportaje opaco. Desvaído y sin vuelo. Es una suerte, me repito siempre, poder seguir leyéndolo desde el balcón de los que no lo tocaron ni lo compartieron. No, jamás estuve con él.




Autor: Gabriel Báñez.












http://cortey.blogspot.com/

2 comentarios:

Lady Gemixxxx dijo...

Y los tres magos acudieron a adorar al niño Borges... ¿recordás?

Y sigo preguntándome por qué en algunos textos que no son nuestros encontramos tantas huellas que nos definen...

Si ficciono con encuentros este sería uno de ellos.

Con magos... con magos ya me encontré :)

Besos linda mina. Te quiero!

jotaVe dijo...

No es casual. Lo sabemos. :) Siempre hay un gesto, una palabra, un "algo" que funciona como cartel indicador y allá vamos y, por supuesto, encontramos pedacitos de nosotros mismos.

Para mí, el texto más conmovedor del viejo siempre será La casa de Asterión:
"Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa."

Besos con huellas. Tq.