Pronostican un verano
tormentoso (mire desde el ángulo que mire), de esos en los que la quietud de los frutos se
estrella contra el suelo al paso brutal del granizo. De esos en los que la energía eléctrica se
evapora y no queda nada para hacer más que contabilizar rayos a través del
ventanal. Uno, dos… cien. Pero entre
rayo y rayo, aparece una luciérnaga - intermitente también – con su panza de
led apoyada sobre el vidrio, recordándome
que la luz es propia.
Mi vida es esta tosca
contradicción: la frase “siempre puede ser peor” bordada en un pañuelo con las puntas anudadas y que
huele a jazmines.
Cruzo los dedos. A seguir.