veredas
Me he mudado tantas veces que no podría aventurar el número de puertas
de calle con sus respectivas veredas que me tuvieron esperando, no sé bien qué, pero esperando. De pie, al sol, bajo
la lluvia, sentada como un indio sin fogata ni antepasados. Fueron tantas. Pero
hay una vereda imposible de olvidar. Sería capaz de reconocerla desde Júpiter, si existiese la posibilidad de
mirar desde allí y me acompañaran estos ojos cansados. La única vereda donde vi nacer escaleras que
iban del infierno al cielo. La única
vereda donde escribí nombres en corazones de tiza. La única que me esperó,
muchísimos años después, sólo para preguntarme cómo habían quedado las
cicatrices de mis rodillas… y las de mi alma.
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