De reojo advertí que un hombre me espiaba a través del ventanal.
Quizás pensó que yo era el señuelo de un posible robo. O una despreocupada
mujer sin “cosas” más importante para hacer; que no tenía ni puta idea de la
realidad, ni de cómo se nos ríen en la cara los supuestos benefactores de la
cosa pública. Habrá pensado que el dolor y el desconcierto ajeno me tiene sin
cuidado si podía perder el tiempo de esta forma: esperando que caiga, una vez
más, el sol. Era evidente que no me entendía… si me hubiese entendido se habría
parado junto a mí a mirar el ocaso.
Ahora, sobrevuela el murmullo de una tormenta…
El hombre seguirá espiando la vida tras el ventanal. Yo sólo espero
que deje de llover para seguir capturando puestas de sol.