Es septiembre y paró de llover.
Sobre la vereda, una veintena de lombrices muertas.
Huían de una muerte segura ante la inundación de sus cuevas. Se arrastraron
hasta que el sol las secó.
Esa cosa del destino inexorable.
“y la tristeza se hace tan grande
que la oigo en
mi reloj”
Sin darme cuenta me estaba contando breves escenas de
mi vida. ¿Recurrir al pasado con el propósito de mantenerme viva? ¿Qué nuevas
experiencias… qué voces?
Me veo a través
de la ventana… cuánto silencio en esa
mujer, me digo.
El ojo humano
ve solo cáscaras.
Como mudarte y seguir buscando la tecla de luz en la
pared incorrecta. Así la fe, el amor, la rabia: un hábito.
Primavera en este rincón del mundo.