Una foto
arrancada a la esquina de calle 3 y 39.
Pasado:
Ella sólo cuidaba
el jardín. Y mis manos… porque una vez (el recuerdo aún arde) apoyé mi mano
sobre una pared rugosa – de esas que están maquillada con pequeñas piedritas y
trozos de vidrio- sin advertir que aplastaba a una gata peluda. Creo que grité y lloré del dolor. Desde ese día, mi abuela redobló el esfuerzo: una búsqueda diaria
entre las plantas. Cuando encontraba alguno
de estos seres extraños – miniaturas casi idénticas al verdadero gusano loco
del parque de diversiones- lo metía en un viejo tarro de lata, lo rociaba con
alcohol fino y prendía un fósforo. Una leve explosión. En el fondo del tarro, eso
bicho que había sido verde claro se iba oscureciendo hasta el marrón. Un poco de alcohol y el mundo era más seguro.
También
protegía al pequeño jazmín de los terribles caracoles. No sé si era el mismo
tarro pero para deshacerse de ellos bastaba un poco de sal fina. Los caracoles
escupían una espuma espesa hasta quedarse inmóviles.
No recuerdo
haber visto placer en sus ojos frente a estas matanzas. Era su modo de cuidar: al
jazmín y a mí.
Presente:
rasgo de moralidad. Un video de difusión hecho por el Estado Islámico. Apenas
contables, más de veinte cuerpos mutilados de soldados. Cabezas sin torsos y
viceversa. Eso sí: la imagen está editada, “desenfocada” allí donde se ven partes de cuerpos desnudos. Pudor
absurdo.
Futuro:
Seguirá lloviendo mientras decimos adiós al sabor de las cerezas.
Todo junto, apretado entre las curvas -sin guard rail-
del cerebro…en este instante.